
Hablar de Keko es hablar de uno de los más singulares autores del cómic español. Desde sus comienzos en los años 80 apuesta por un rico mundo personal ajeno a modas y formatos. En su dibujo, el blanco y negro cobran vida, perfecta representación de un universo lleno de luces y sombras. Su mundo absorbente y enfermizo, nos hace entrar en los más oscuros pasajes de la mente, un laberinto del que ya nunca querremos salir.
La reciente publicación del álbum «Ojos que ven» nos permite ver la fidelidad del autor a las atmósferas cerradas, a las historias que se desarrollan entre los márgenes de las viñetas. Llama la atención el uso de un humor soterrado, negro, que sirve para aligerar la carga del mensaje o para crear en ocasiones desconcertantes sensaciones que oscilan entre la risa y el pánico por lo narrado.
«Ojos que ven» es una recopilación de historias cortas, un terreno en el que Keko se mueve con especial soltura, creando clásicos como «Cuentos de la selva eléctrica», un buen tebeo y una excusa perfecta para repasar brevemente con Keko su trayectoria.
Pregunta. ¿Qué es «Ojos que ven»?
Respuesta. Pues una forma de entretener la espera entre mi anterior tebeo «La Protectora» y lo que sea que vaya a hacer en el futuro. Paco Camarasa me propuso una recopilación de material antiguo y, aunque en un principio fui algo remiso, vi que podría estar bien juntar en un solo volumen todas esas historias que andaban por ahí recopiladas en pequeños tebeos casi inencontrables, y otras no recopiladas en tebeo alguno, dándoles un lavado de cara y rotulándolas otra vez. Así, los lectores que me conozcan desde el «4 Botas» podrían ver de dónde viene todo esto, y los más veteranos seguidores tendrían reunido lo que antes tenían por ahí en mil sitios y no demasiado bien editado. También pensé que al ordenarlas cronológicamente darían una buena idea de «recorrido» o «evolución» en mi forma de hacer historietas a lo largo de veinticinco años, que viene a ser el periodo recogido en el libro.
P. Desde el comienzo de tu trayectoria se ve una apuesta firme por el blanco y negro.
R. De la necesidad hay que hacer virtud y yo he intentado hacerla a partir del hecho de que soy totalmente daltónico. Eso sí, un daltónico enamorado de las películas y los tebeos en blanco y negro, menos mal.
P. ¿Cómo ves el mundo del cómic en las distintas épocas en las que se han ido publicando las historias?
R. Con mucha pereza, la verdad. No sabría decir nada salvo que yo nunca he podido o sabido vivir de esto de las viñetas. Por lo demás, creo que en este país se ha hecho y se sigue haciendo una historieta de altísimo nivel a pesar de la inexistente industria.
P. Durante los años 80, época de modernidad, apuestas por un enfoque clásico del dibujo que mantiene su vigencia perfectamente.
R. La modernidad de los ochenta fue un espejismo producido por el aluvión de artistas que se pusieron a hacer tebeos porque estaba de moda y cuya aportación al medio, en mi opinión, fue bastante escasa. Fue, sin embargo, la época en la que se consolidaron autores de tebeos que ya venían apuntando cosas grandes desde la época del underground y los fanzines. Fueron también los años de explosión (y posterior desintegración) de las revistas, quizá la última en la que se pudo vivir de hacer historietas en España. En cuanto a mí, la elección de unas formas clásicas para contar historias se debe a mi gusto personal por los géneros y los autores que hicieron grande este medio.
P. En esta época publicas «La isla de los perros» (1986) y un álbum con guión de Mique Beltran: «Livingstone contra Fumake» (1987)
R. Los ochenta fueron años de chifladura en cuanto a ediciones sibaritas y formatos disparatados. Para mí fue una auténtica pesadilla meter una historia en un «La isla de los perros» con ese formato absurdamente alargado aunque salí medio bien parado del empeño. «Livingstone contra Fumake» fue mi primer trabajo en plan profesional y supuso la gran oportunidad de trabajar con Mique Beltrán, del que aprendí casi todo lo que sé de este arte.
P. En los 90 estilizas el dibujo, mientras que las historias se van volviendo más crípticas, creando atmósferas y sensaciones, jugando con los recursos de la historieta para crear nuevos significados a la historia que huyen de la literalidad.
R. No creo que se hagan más crípticas, quizás sí más ricas en matices oscuros. Esos matices creo que se mueven por los sótanos de historias en apariencia convencionales o apegadas a un género, dinamitándolas desde dentro. El no hacerlo muy evidente puede que suponga un grado de dificultad para el lector, pero no estamos aquí para dárselo todo mascado al cliente, amigos.
P. En esta década realizas un álbum a color con Ramón de España: «El amor duele» (1995) con voluntad de adaptaros al formato francés y a color.
R. Esta sí que se puede decir que es mi primera experiencia auténticamente «profesional» en el medio y guardo un recuerdo extraño sobre ella. Me costó mucho adaptarme y dar el tono a una historia ajena a mis obsesiones y localizada en un lugar y tiempo concretos, y me divertí mucho haciendo pequeñas locuras con el color.
P. Sorprendes a propios y extraños con «4 botas» en el 2002, historia de un crimen desde la mente de un apasionado por la América de los años 50. Un homenaje enorme a los iconos de la época que salpican gran parte de tu obra.
R. «4 Botas» es una especie de exorcismo irónico de mis propios demonios y obsesiones. Aunque yo todavía no haya matado a nadie, se podría decir que el protagonista es un trasunto de mi persona y mis aficiones por la cultura popular y los géneros del siglo XX. También es un sentido homenaje al Quijote, el primer personaje perjudicado por la obsesión con la ficción y el consiguiente alejamiento de la cruda y prosaica realidad del mundo visible.
P. A partir de este momento toda tu obra será publicada por la editorial De Ponent.
R. Uno se acaba quedando en donde le quieren, ¿no?
P. A partir del 2000 continúas publicando historias cortas en la revista «Nosotros Somos los Muertos» que se recopilan en «La casa del muerto», historias cortas que, leídas en conjunto dan sensación de formar un todo compacto.
R. La verdad es que aquello empezó sin un plan preconcebido, salió así hasta que me di cuenta de que iba inconscientemente a alguna parte. Al final decidí abrocharlo para que tuviera algún sentido.
P. Mantienes el contacto con la historieta de nuevo con Felipe Hernández Cava con una ácida crítica al mundo del arte moderno con la serie «Bob Deler».
R. Lo mejor fue que hicimos esta ácida crítica en una revista dedicada al arte moderno ¡y les encantaba!. También fue, aunque ya habíamos hecho alguna cosa corta en el pasado, la oportunidad y el lujo de poder trabajar durante bastante tiempo con el mejor guionista de tebeos que tenemos en España.
P. En 2011 das un nuevo giro a tu trayectoria con «La protectora» partiendo de la obra de Henry James «Otra vuelta de tuerca». Es curioso ver lo bien que se adapta la época victoriana a tu universo gráfico.
R. Muchos de los temas que me obsesionan, la animalidad primitiva del ser humano opuesta a los valores de progreso y civilización, la fachada respetable detrás de la que se esconden la violencia y la irracionalidad, son los temas de muchas de las obras maestras de la literatura de la era victoriana que leí en la época en que me estaba formando como contador de historias. Yo le echo a este ingrediente principal otras muchas cosas sacadas del trastero de la cultura popular y de aquí sale este potaje que son mis tebeos.
P. A pesar de no acabar de encajar nunca en las modas de cada época, mantienes en cada una de ellas tu propio espacio e insistes en el mundo del cómic ¿qué tiene el mundo de las viñetas que siempre vuelves?
R. Supongo que solo un psiquiatra sería capaz de explicarlo. Yo solo sé que no sé hacer otra cosa.
P. ¿Qué nos queda por ver de Keko?
R. Pues salvo una autobiografía, seguiré intentando contar mis cosas a través de muñecos interpuestos mientras el cuerpo y los lectores aguanten. Permanezcan atentos a la pantalla.
Infame&Co
Publicado inicialmente el 29 Octubre 2012