
“Libro de familia” es uno de esos libros que ha tenido que buscar su espacio en el complejo contexto en el que vivimos. A pesar de la situación, la obra continúa creciendo gracias al boca a boca de los lectores, que enseguida empatizan con la búsqueda del autor de sus raíces. Una investigación, un retrato generacional y un emocionado relato que nos permite bucear en el álbum de fotos de Galder Reguera. Con él hablamos de la obra.
(c) Elena Blanco
¿Qué es “Libro de familia”?
Es la búsqueda de las raíces al llegar a una edad determinada, la cuarentena pasada, en la que te empiezas a preguntar por tu pasado y de dónde vienes.
“Mi padre murió el día en que mi madre le dijo que estaba embarazada de mí. Fue la Nochevieja de 1974”. Así comienza el libro.
Esa coincidencia me la habían contado siempre en casa. Pero con los relatos familiares sospechas. Quizá había sucedido el día anterior o dos días antes, y con el regresar a la historia, una y otra vez, se exageró. Pero no, en cuanto comencé a trabajar en el libro y recoger testimonios vi que muchos amigos y familiares recordaban que su última conversación con mi padre fue sobre el embarazo de mamá.
Quería empezar con esa frase porque es un terremoto. Además, tiene la potencia de la casualidad de los hechos. Y después narrar aquella Nochevieja, porque cualquier persona se puede sentir identificada. En todas las casas se celebra y suceden las mismas cosas. En todas las casas hay alguien que llega más tarde, hay un conato de rebelión para empezar a cenar, sobrevuela el mismo ambiente en la casa. Con ese primer capítulo, quería que diese la impresión de que podía pasar en cualquier familia.
¿Cómo nace la obra?
Me puse a trabajar en el libro de modo inesperado. Resultó que un primo mío, Peter Abels, hijo de la hermana de mi padre, me escribió por Facebook para conocernos. Quedamos y en aquel encuentro me habló de mi padre. Él tiene diez años más que yo y le pudo conocer. Me contaba anécdotas, cómo vivieron en su casa la muerte de mi padre… y me di cuenta de que no le escuchaba. No le hacía caso. Pensaba en otras cosas. Eso es algo que me ha pasado toda la vida: cuando me alguien me hablaba de mi padre, no prestaba mucha atención, porque yo tenía mi familia, con mi padrastro, al que quería mucho, y sentía que la figura de mi padre biológico interfería en mi familia. Además, no sabía nada de mi familia Reguera, que era evidente que no nos querían ni a mi hermano ni a mí.
Esa noche, tras hablar con Peter, mi hijo pequeño se desveló y me tumbé a su lado. No pude dormirme, y en esas horas de la madrugada en las que todo tiene más intensidad, me entró una tremenda angustia pensando que si yo me muriera mis hijos, por la edad que tenían, no me recordarían y lo terrible sería que rechazaran mi figura, ellos, que son lo más importante del mundo para mí. Me di cuenta de que había sido muy injusto toda la vida con mi padre, que me habría querido muchísimo y decidí cambiar eso y atender a la figura de mi padre y lo que para mí supuso ser un hijo póstumo. Y decidí hacerlo en forma de libro.
La parte sustancial del libro es la investigación que emprendes. Es casi una historia de detectives sobre tus propios orígenes.
Cuando investigas el pasado puedes descubrir cosas que no te interesa conocer. En el libro hay un momento en el que me planteo qué hacer si descubro algo sobre mi padre que pudiera hacer daño a la familia.”. Me interesaba mucho la tensión de los hechos con respecto a la vida, cómo afecta el relato a tu día a día. ¿Merece la pena una obra literaria que pueda causar dolor en tu entorno? Con el tema de la autoficción se suele plantear mucho ese dilema, si compensa una ruptura familiar para escribir un libro.
En el libro intentas sacar a la luz los secretos de familia que se intentan ocultar.
En realidad, no son secretos familiares. No cuento nada que mi familia haya preferido guardar en secreto, porque no tenemos nada que ocultar. Eso sí, cuando acabé el libro le di un boli rojo a mis padres y les dije que si querían cambiar o quitar cualquier cosa, que lo hiciesen con total libertad. Pero no porque sean secretos, sino por una cuestión de pudor. No quería contar nada que ellos no quisieran que estuviera en el libro.
A la vez que escribes, en el libro hablas de muchas situaciones dolorosas pero tu intención es evitar los reproches.
Sí, cuando cuentas una historia de este tipo, si empiezas con los reproches el lector se aleja. Al lector le estás involucrando en una historia que no le interesa. Tampoco quise contar lo que se contaban los Reguera unos de otros. No quería dar una imagen excesivamente negativa de esa parte de la familia. Solo cuento lo que me compete exclusivamente a mí.
Más que reproches lo que hay son algunas preguntas y ciertas conclusiones por mi parte. Yo no entiendo cómo la familia de mi padre desapareció y nunca quiso saber nada de mi hermano ni de mí, por ejemplo. Es algo que, por más que intento entender, no puedo. Y tiene importancia en la historia, porque determina cómo veía yo a mi padre, mi relación con mi propio apellido.
Las palabras tienen importancia, sobre todo para el resto de la sociedad. Tienes un padre presente y uno al que no conociste, algo que a veces no saben etiquetar.
Sí, es algo que me molestaba cuando era joven: que cuando yo hablaba de mi padrastro y lo llamara mi padre, alguien me matizara que no lo era en realidad. Es cierto que Javi no es mi padre biológico, pero la figura paterna va más allá. No lo era en el sentido biológico, pero sí en todos los demás sentidos. Hay toda una literatura sobre la figura del padrastro que a mí siempre me ha molestado. “Padrastro” es una palabra horrible. Para mí un padrastro es un trozo de carne al lado de la uña. Si yo le considero a Javi mi padre a quién le importa que le llame así y por qué tengo que decir que es mi padrastro. Yo luchaba mucho contra esto y me marcó en la juventud.
En el libro me refiero a él como Javi. Cuando empecé a escribir no quería volver loco al lector. Me costaba depurar el texto para no confundir al lector. Yo le llamo Javi pero no delante de terceras personas: ante ellas hablo de “mi padre”.
(c) Juan Luis Goenaga
“Libro de familia” es una carta de amor a tu madre, Carmen Olabarri. Pintora y parte viva de nuestras Bellas Artes igual que Javi (Riaño). En tu libro se van filtrando nombres y anécdotas de nuestra cultura de forma periférica.
Cuando mis padres fueron a vivir a Ataun, a finales de los años setenta, fueron acogidos por Vicente Ameztoy. En su entorno estaba la gente de la revista Euskadi Sioux… y fueron un poco como nuestros tíos políticos. Muchas de las fotos que hemos usado en la promoción del libro están realizadas por Juan Luis Goenaga, por ejemplo, el padre de Bárbara Goenaga. Iba a ser el padrino de mi hermano, pero se rajó en el último momento en la iglesia porque le dio yuyu lo que decía el cura y se fue. En casa he escuchado esos nombres y los considero una extensión de la familia. Mis padres hacían cenas y, cuando había inauguraciones, nos llevaban con ellos de la mano. Nunca negaron esa parte de sí mismos, siempre combinaron vocación y familia.
Mis padres han criado cuatro niños y han desarrollado una carrera profesional y artística. Mi madre era profesora de instituto, madre y pintora, y podía con todo. Estoy rodeado de obras que creó cuando era pequeño.
Además de tu historia es una crónica generacional el libro.
Yo creo que sí porque en realidad fueron unos pioneros. Fueron los primeros que estuvieron en Bellas Artes, que antes era una escuela de artes y oficios. Es una generación que tuvo a sus hijos a una edad más o menos temprana y tuvieron que tirar con todo hacia delante.
En el libro hay un pequeño ajuste de cuentas porque creo que mi madre fue muy maltratada por galeristas y directores de museos. Mi madre llevó a su familia a su obra, la usó como tema de creación. Cuando una mujer hace esto, la lectura suele ser muy machista. ¿Una mujer pintando a sus hijos? Pero ella pintaba a sus hijos, primero porque se ocupaba de ellos, no tenía la oportunidad de irse un año a Roma con una beca artística. Y después porque estaba luchando por establecer a su familia. Es normal que en su obra se reflejara eso. Sin embargo, en aquel momento, el arte vasco se movía entre los parámetros de la lucha política o lo conceptual. Entre esos dos espacios, no había lugar para más discursos. Si los críticos del momento hubieran sido un poquito más avispados, habrían visto en su obra un potente discurso, pero no les daba.
En el libro te interrogas sobre quién eres tú y quién el personaje que plasmas en el libro, llegando a modificar cómo vives las experiencias.
Me interesa mucho eso, sí. Si escribes sobre tu vida, hay una tensión entre lo que escribes y la propia vida. Y cuando todo tu entorno sabe que estás escribiendo algo y que lo que digan puede salir en el libro, cambian. Es divertido e inquietante. Un amigo al que le conté una desavenencia con un familiar, me dijo en tono de broma: ¡que tenga cuidado, que le escribes un libro!
(c) Luis Brox
Como en toda aventura que se precie, los protagonistas cambian desde su comienzo. Al comienzo del libro desconoces quién es tu padre y al final te conviertes en él para entenderle. Hay un trasvase de información que tiene que ver con la genealogía, con lo que os une, los gustos comunes como la música. Unos lazos de los que al principio no eras totalmente consciente.
Totalmente. Y eso ha ido más allá del libro. Cuando hicimos la presentación vino un amigo, Aitor, vecino nuestro en Haro. Tenía una moto, una BMW preciosa, que me fascinaba. Cuando yo oía que la arrancaba, salía corriendo de casa de amama y me ponía en su puerta rogándole que me diera una vuelta. Yo soy motero por Aitor, gracias a él me gustan tanto las motos. Cuando vino a la presentación se lo conté. Y él me confesó que a él le sucedió lo mismo, pero con mi padre. Él se hizo motero por mi padre. Cuando mi padre salía de casa de amama con la Ossa, Aitor me decía que era él quien iba corriendo a la puerta de nuestra casa a pedir que le diera una vuelta.
Me pareció una historia maravillosa. De una manera indirecta, mi padre tiró la primera ficha del dominó para que yo acabase teniendo esa pasión por las motos. Me llegó de él, pero indirectamente, a través de un tercero. Lo mismo sucede con la música y otras cosas.
El libro me ha servido para reconciliarme con mi padre, darme cuenta de que estaba viviendo un conflicto que no es real. Tenía una distorsión sobre quién era y ahora estoy muy reconciliado con quién era.
El libro habla sobre las relaciones entre padres e hijos. Desde que eres padre te ha cambiado la perspectiva.
Una vez escuché a Buenafuente responder, cuando le preguntaban qué es lo que echaba más de menos de la infancia, que la sensación de que ha sido todo así siempre, de la seguridad del entorno. Cuando eres pequeño el mundo es fijo y cuando te haces mayor ese mundo se va disolviendo, todo va desapareciendo. La sensación que tienes de niño es que tus padres son fuertes y pueden con todo. Pero ellos en realidad también tienen sus inseguridades, seguro que también tenían ganas de llorar en momentos de crisis. Es un tema que me interesa mucho: cómo los padres protegen a sus hijos. En ese sentido, lo que emocionalmente más me costó de tratar en Libro de familia era los momentos más duros que tuvieron que pasar mamá y Javi para sacar la familia adelante. Saber de ellos y recordar lo felices que éramos sus hijos, me causaba mucho dolor.
La realidad influye en el libro. ¿Cómo influye el libro en la realidad? ¿Cómo afecta a la gente verse reflejado en él?
Me están pasando dos cosas desde que el libro está publicado. Por una parte, ha sido como mandar un mensaje: eh, aquí estoy, soy el hijo de Luis Reguera, quiero saber más de él. Desde que ha salido el libro, un montón de gente me ha regalado nuevas historias de mi padre, que desconocía. Por ejemplo, el día de la presentación, se me acercó un señor muy emocionado. Me contó que trabajaba con mi padre y en realidad era él quien debía haber hecho el trabajo que acabó costándole la vida a mi padre, que era él quién debía haber ido a San Salvador del Valle a cambiar la aguja del tocadiscos. Pero mi padre, que era su jefe, le dijo que descuidara y que se tomara la tarde libre, que aprovechara para estar con la familia. Ese hombre me dijo que se había acordado de mi padre todos los días de los últimos cuarenta años.
Lo mismo me ha pasado con familiares. Algunos con los que no había hablado nunca. Algún Reguera ha querido quedar conmigo para contarme su historia. En ese pequeño mundo familiar ha movido cosas y es algo que me gusta. Podía escribir un epílogo con la cantidad de cosas que me han pasado después de publicarlo.
Por otro lado, mi mayor temor era que el lector del libro no trascendiera la historia particular. Pero mucha gente se ha sentido identificada con lo que cuento. Me escriben cada semana dos o tres lectores compartiéndome su historia. Al final, las historias tienden a parecerse y recibir mensajes en los que la gente me dice que leer el libro les ha ayudado a comprender mejor a sus padres o sentirse orgullosos de lo diferentes que son sus familias me alegra mucho.
Hay mucha música en el libro. Toda una banda sonora de tu vida y de la de tu padre.
Somos una generación que nos hemos encerrado mucho a escuchar música en el cuarto. Si pienso en mi adolescencia, me veo con la portada de un vinilo en las manos, encerrado en mi cuarto, fumando y escuchando música. Mucha de esa música me llegó de mi padre, que era músico y tenía una tienda de vinilos. He ahí otra herencia indirecta, que no había sospechado. Musicalmente, tengo sus gustos, cuando no nos hemos conocido.
El libro se publica en febrero de 2020. No sé si le ha afectado la situación que vivimos.
Vamos por la tercera edición. El libro está funcionando por el boca a boca y espero que no sea un libro de temporada, sino que permanezca.
Pero sí que le ha afectado la pandemia. El libro salió a mediados de febrero e hicimos la presentación a principios de marzo en Barcelona. Diez días después llegó el confinamiento con las librerías cerradas durante meses. Yo lo pasé un poco mal, porque llevaba toda la vida esperando una oportunidad así. A mí me dicen hace dos años que voy a publicar con Seix Barral y no me lo creo. Y cuando lo consigo, me encuentro con este torpedo en la línea de flotación del mundo de la cultura. Pero tampoco merece la pena darle muchas vueltas. En lugar de en lo malo, me centro en lo bueno. La editorial me ha tratado genial y han estado muy pendientes de mí durante el confinamiento. No sé si podré devolverles tanto cariño.
¿Cómo vives el salto de trabajar con una gran editorial?
Estoy feliz. Las editoriales grandes suelen tener mala prensa, pero en mi caso toda la experiencia ha sido maravillosa. Desde el primer momento, Elena Ramírez, mi editora, me ha quitado presión. Se suele decir que las grandes editoriales lanzan novedades a ver si funcionan y si no, puerta al autor, pero en mi caso ha sido al revés. Eso lo he vivido en alguna pequeña, esa sensación de que te tiran al ruedo a ver qué tal lo haces y, si te pilla el toro, la responsabilidad es solo tuya. Y luego, además, vengo de Malpaso, que directamente no paga a los autores.
En Seix Barral acogieron el manuscrito con mucho cariño. Después, me ayudaron a mejorarlo con críticas en el momento que había que hacerlas. Yo creo que un buen editor es el que se compromete con el texto, el que no se dedica solo a elogiarte, sino que te acompaña en el proceso de revisión. Me enamoró un detalle de Elena Ramírez: en nuestro primer encuentro, elogió el texto, me explicó lo que le gustaba y por qué quería publicarlo. Sin embargo, cuando ya teníamos un acuerdo y me envió sus notas, había muchas críticas: a pasajes puntuales, a expresiones, a momentos en los que ella entendía que me iba de la historia. Recuerdo que en una nota al margen escribió algo asó como: “¡Eso no! ¡Me matas!”. Y era verdad, yo estaba pecando de hortera. Quizá otro autor se sintiera dañado en su ego, pero yo no. Me reí mucho, releí el pasaje y me di cuenta de que tenía toda la razón.
Ese proceso de revisión, con Elena y después con el resto del equipo de Seix Barral, me hizo sentirme muy seguro. Ellas recibieron mi manuscrito, pero el libro es nuestro, es un trabajo conjunto. Creo que por primera vez en todos mis años de autor, no me he sentido solo.
Da la sensación de que “Libro de familia” es EL libro que habías nacido para contar. No sé si es mucha presión para abordar nuevos retos.
Un amigo escritor me mandó un mensaje hace unas semanas: “La has jodido, Galder, a ver qué coño escribes ahora”. Era un elogio a la bilbaina. No lo sé, no sé si es el libro de mi vida. Por ahora sí, claro, pero yo no me presiono pensando en el siguiente. Tengo un trabajo, y eso hace que tenga el privilegio de escribir lo que quiero, porque mi sustento está en otra parte.
Eso sí: envidio mucho a los autores que tienen tan claro a dónde quieren llegar a medio plazo, cuáles serán sus siguientes obras. Yo voy partido a partido.
¿Proyectos?
Tengo varias ideas. Tengo la idea latente de escribir una novela de tesis alguna vez. Algún día me pondré con ella. Creo que gran parte del conocimiento está en la literatura. Estudié filosofía para dejar de leer filosofía y llegar a la literatura. Como decía Cioran: el universo no se explica, se expresa.
Gracias a la generosidad del autor, en este link podemos escuchar la lista de spotify que conforma la banda sonora del libro:
https://open.spotify.com/playlist/3PEBU6kugEnWaap3fOHlod?si=Sj61g8EpSIW1qiaoecVizQ