La Tebeoteca de Manuel Barrero @kikeinfame

la entrada a la tebeoteca de manuel barrero

Manuel Barrero es un nombre indispensable dentro del mundo del cómic. Desde la Asociación Cultural Tebeosfera lleva años trabajando por clasificar y salvaguardar el inmenso legado de la historieta en nuestro país. Desde www.tebeosfera.com ha creado una de las bases de datos más completa y fundamental para cualquier lector o investigador interesado y realizado publicaciones de gran valor documental como su reciente Diccionario Terminológico de la Historieta. Con él repasamos su tebeoteca.

 Pregunta- ¿Cuál fue el primer tebeo que recuerdas haber leído?

MB: No es fácil responder a esta pregunta, porque ha pasado mucho tiempo y yo empecé a leer muy temprano. Con tres años ya leía bien, según me cuentan, aunque yo no tengo recuerdos de eso, porque era 1970; ya ha llovido. No estoy seguro de cuál fue el primer tebeo, puede que uno de Mortadelo, o de Zipi y Zape, quizás uno de El Capitán Trueno. Lo que sí tengo claro es que mientras que me es imposible recordar la primera experiencia lectora del humor (todas las historietas humorística de aquel entonces me parecían similares) sí que se me quedaron grabadas las primeras experiencias con la aventura. Por eso tengo muy claro que la primera aventura de Trueno que me impactó era una en la que acababa en un foso rodeado de cangrejos, y que la primera de superhéroes fue una de los 4F peleando contra alienígenas. El impacto de la emoción es más fuerte que la catarsis de la risa. ¡Dopamina obliga! Otra cuestión interesante es la fijación de las sensaciones que tuvimos en los momentos de lectura plácida y feliz. Por ejemplo, en mi caso hubo un aroma que siempre asocié a los tebeos desde que era niño. Es decir, al igual que nos relataba Proust en Por el camino de Swann, cuando yo percibía cierto aroma en mi adolescencia y juventud, se agolpaban en mi cerebro evocaciones de Los pitufos, Tintín, Blueberry, de las aventuras de Los Cinco o de los misteriosos casos de Agatha Christie. Con el tiempo descubrí, mucho después, que ese aroma era el de la lavanda, el ambientador que usaban en la biblioteca infantil de Zamora, a la que yo acudía a menudo a leer tebeos y libros. La bibliotecaria estaba obsesionada con ambientar la sala, donde nos apiñábamos un nutrido grupo de mozalbetes que no veníamos de casa lavados y recién peinados precisamente. J

Durante un tiempo ambienté mi tebeoteca con lavanda para mantener ese recuerdo sensorial. Al poco, claro está, se perdió. La costumbre aja.

P.: ¿Y el primero que has comprado?

MB: Imposible de saber también. O tampoco. Porque yo no registro este tipo de cosas y, de hecho, no creo que lo conserve. Tengo un recuerdo vago de la aparición del número 1 de Sacarino, la revista así titulada de Bruguera, que vio la luz en febrero de 1975. Esto lo sé ahora, claro, no tenía este recuerdo fijado hasta que lo catalogué en Tebeosfera.com. Yo conocía los tebeos de Bruguera ya previamente, había leído bastantes Tío vivo o Mortadelo, pero en un viaje a Salamanca, quizá emocionado por la circunstancia de que estaba viajando con cierta libertad por primera vez a mis ocho añitos, lo vi flamante en un quiosco y decidí que era una inversión necesaria. Era una fortuna para mí: diez pesetas. No sé de dónde saqué valor. Quizá me habían dado la propina ese día. Quién sabe. Lo compré y me supo a gloria. Y tras ese vinieron muchos más. Pero más que esa primera compra sí que recuerdo el primer deseo de adquirir “una colección”. O sea, de mantenerme fiel en la adquisición de tebeos de forma regular, que sí que constituye una decisión importante en la vida de un lector de algo, algo que implica determinación porque planeas acciones en el futuro. Creo que me animó cierta experiencia. Yo tuve un conocido que un día, al invitarme a su casa, me mostró su colección de tebeos. Tenía cientos, quizá más de mil. Todos de Bruguera. Ordenados en estanterías bajas, de estas que no superan la cintura (éramos niños, tendrían un metro de altura), y sobre los estantes, en las paredes que quedaban libres de ventanas, había colocados pósteres arrancados de esos mismos tebeos, algunos de Segura, de Pura Campos, de Escobar, de Ibáñez, etc. Me pareció el paraíso y todavía tengo un recuerdo “inflamado” de aquello. Es decir, aquella sala de mi amigo sigue siendo, en mi memoria, un enooooorme pasillo repleto de miles de estanterías con millones de tebeos. ¿Qué digo millones? ¡Todos los tebeos! Je, esa visión tan deformada de la realidad, supongo, alimentó mi deseo de coleccionar y me planteé adquirir una colección nueva por entonces salía con el título de Don Miki (hace pocos meses rescatada en edición facsimilar). Lo cierto es que no pude con ella. 25 pesetas semanales era demasiado para mí. Más tarde, con algo más de solvencia, sí que comencé a coleccionar los tebeos de Olé!, y los de Trueno Color, que por aquel entonces se reeditaron desde el número 1.

P.: ¿Mantienes los tebeos que te enamoraron de pequeño?

MB: No. Bueno, no guardo un especial interés por conservar todo lo que poseía de niño. No conservo mis juguetes, ni mis libros del cole, ni otros fetiches. Los tebeos, además, los destrozaba. No sé si lo sabes pero en los años setenta y ochenta, hasta incluso el comienzo de los noventa, los tebeos se podían intercambiar por otros en los quioscos. Por una módica cantidad, llevabas un tebeo de superhéroes y tú escogías otro del mismo tipo. Los Súper Humor se cambiaban por Súper Humor, ojo. Los de horror y para mayores iban en un taco aparte. También se intercambiaban novelitas de bolsillo del oeste, bélicas, de ciencia ficción. En fin, el cambalacheo típico de las economías apechugadas como la mía. Yo siempre leí de prestado. Mis mejores y más amplias lecturas las hice en bibliotecas, de otro modo no hubiese podido acceder al catálogo completo de Grijalbo, Junior y alguno de Bruguera. Lo triste es que en bibliotecas solamente adquirían libros, no cuadernos, lo cual ha sido un mal terrible para el sostenimiento de una “cultura lectora de tebeos”. El advenimiento del formato libro al cómic llegó tarde en España –bueno, más tarde llegó en EE UU, aunque allí tienen otro aprecio por sus cómics- y eso fue en parte responsable de que los tebeos hayan sido menos apreciados como objeto cultural. Yo accedí en bibliotecas a los tebeos en cartoné, para entendernos; a algunos en rústica, y a muchas novelas destinadas al público infantil y juvenil (Verne, Salgari o Blyton los leí hasta el agotamiento). Todo este rollo te lo suelto para que comprendas que yo adquirí un hábito lector “de segunda mano”, de modo que yo leía mucho pero no conservaba apenas nada. Y lo que conservaba lo intercambiaba a la semana siguiente para seguir aumentando las lecturas. Siempre me interesó mucho leer, conocer, y poco conservar, poseer.

P.: ¿Cuál es tu Rosebud particular?

MB: No tengo obsesiones. Francamente. Conozco a muchísima gente que va formando en su interior la necesidad de recuperar la infancia. Quizá por una cuestión emocional, un deseo de suplir una insatisfacción, tanto da; eso se queda para los sicólogos. Lo importante es que en gran medida nos conducimos durante la vida adulta dependientes de experiencias vividas en el pasado, anhelos no cumplidos o desafectos que nos marcaron, pero yo considero no podemos conducir nuestra voluntad en función de esas dependencias. Yo nunca me obsesioné por recuperar los tebeos que leí de niño, completar colecciones cómo sea, sí o sí, o alcanzar esa pieza única, necesaria para sentirme “completo”. No. Para mí cada tebeo que leo es una experiencia enriquecedora. Sea viejo o recién cocinado. Y no dependo de conseguir el 7 si acabo de leer el 6. Debo reconocer, no obstante, que sí hubo un tiempo en el que me apasionaban las historietas de Conan the barbarian, en concreto las publicadas en la revista The Savage Sword of Conan. Yo tuve la gran suerte de que, en mis paseos por rastrillos y librerías de segunda mano, que hice muchos, localicé casi como por casualidad una colección completa de Relatos salvajes, de Editorial Vértice, y también muchos números de la colección original americana de Marvel Conan the Barbarian. Me percaté de la gran diferencia de edición entre los cómics originales y los tebeos españoles. Vértice hizo lo que pudo, imagino, pero desde luego metió mucho la gamba. Los cómics yanquis, por su parte, eran un horror: yo los había comprado algo viejos, el papel era espantoso (peor que el usado por Vértice) y trufaban el cuaderno con insistentes anuncios publicitarios, a cada cual más absurdo. Pero la obra original, la obra dibujada, estaba plasmada allí con potencia. La modulación de la línea, la fuerza que los grises o los chillones colores inoculaban a aquellos dibujos se perdía en las adaptaciones de Vértice. Así que me dije: “Algún día tengo que hacerme con las revistas originales de The savage sword of Conan.” Y las busqué, durante mucho tiempo; muy caras, carísimas. Hasta que un día localicé a un tipo de EE UU que vendía por correo y me prometía la colección completa (hasta el número 136) por apenas un dólar el número. Seducido por la baratura, aunque tembloroso por la incertidumbre de si eso llegaría alguna vez a mis manos, le pagué. Pero luego el tiempo pasaba y yo di el dinero por perdido. Sin embargo los recibí un día, ya pasados tres meses (claro, en barco venían) y me produjo una fortísima emoción. Supongo que porque no lo esperaba; supongo que porque estaban flamantes, novísimos; supongo que por la enorme calidad que descubrí en la edición original, con todos sus grises ahí, sus artículos de aderezo, aquellas portadas con sus colores vivos, no quemadas por el proceso de reproducción en España (ni Vértice ni Planeta pudieron nunca ser fieles a los originales). Una vez satisfecha aquella querencia no he tenido otra “obsesión”, aunque yo no calificaría aquello como tal. Lo bueno de los cómics de ahora es que hay tantos que son tan buenos, que no me obsesiono por uno particular.

P.: ¿Cómo organizas tus bibliotecas? ¿Por colecciones, por autores, por formatos?

MB: Por huecos. El concepto “hueco” es maravilloso. La vida circula por huecos, ya sabes. Para comer, para reproducirse, para cobijarse. Qué gustito dan los huecos. Yo creo que el hombre primitivo fue muy feliz cuando encontró el primer hueco para cobijarse. El amante de la lectura es feliz cuando halla huecos para colocar sus libros o revistas. Y, claro, cada publicación exige un hueco. Los que leen libros lo tiene fácil, ¡esos no saben lo que es sufrir! Tienen sus libritos, estándar, que si de bolsillo, que si un poco mayores. Y los de arte o las ediciones grandotas las ponen en el salón; que se vean. Los que leemos tebeos tenemos muuuuchos problemas. Porque hay tebeítos chicos, y los hay ajustados a un estándar (los comic books, por ejemplo). Pero, ¡ay!, también hay otros tebeos ahí. Lo franco-belga se va a los 30 centímetros de alto. Ya la hemos liado. Y muchos álbumes o antologías de viñetas sobrepasan esa medida. Y luego están las ediciones gansas que ya no sabes dónde demonios encajar (al menos hasta que llegó Ikea) porque los estantes de toda la vida venían ya de serie con menor altura. ¡Malditos fabricantes de muebles! Luego, si eres un tipo que estudia los tebeos y que hace acopio de cuadernos o pliegos de los años veinte y treinta, como es mi caso… ¿qué pasa con los suplementos de prensa? ¿Eh? ¿Qué haces con esos delgados tebeos de ocho páginas que miden 45 centímetros de alto? ¿Los pones de pie a ver si se aguantan? ¡Ni de coña! Tumbados. Y eso ocupa tela de sitio y los terminas destrozando, porque acceder a ellos es un suplicio. Al final, la mayoría hemos acudido al carpintero que te lo hace a medida –que es un pastón- o a una mueblería barata y te lo haces tú. Una vez tienes tus estantes, vas ubicando los tebeos por tamaños. Aquí los cuadernos, allí los libros chicos y los mangas, allá los álbumes, en este lado meto las ediciones gigantes… El problema es que la función “hueco” tiende a cero, y siempre nos quedamos sin. Yo sigo quedándome sin. En mi casa ya no hay huecos por llenar. Ni sobre los armarios, ni bajo las camas. Tengo cajas detrás de los sofás y en el cuarto de los zapatos. Y más en casa de mis padres. En fin, la oquedad, esa aspiración.

P.: ¿Cómo compaginas los álbumes europeos con las novelas gráficas o las grapas? ¿Las pones en las mismas estanterías? ¿Las estanterías se adaptan a los formatos de los tebeos o al revés?

MB: El plan inicial es adaptar las estanterías a tu “colección”. Pero la colección es un ente vivo, que se retuerce, se reproduce extrañamente y crece. Es como un alien que sale de la tripa de los propios tebeos. Canastos, tenía todos los X-Men acá y de repente aparece este taquito que ya no me cabe. Vaya, por fin localicé estos fanzines de Murcia que… ¡coñe, no puedo ponerlos con los que ya tenía! Y en este plan. Yo coloqué todo primorosamente cuando construí mi último estudio para tebeos. Luminoso, espacioso. Tiré las estanterías viejas que me había hecho yo mismo en los noventa y dispuse las nuevas. Estantes del siglo XXI. Modulares. Tela de guapas. Pero el sueño terminó en dos días. Al poco ya no me cabía nada. Y entonces comienzas la búsqueda de huecos. Los primeros, los que están encima de los tebeos que tan escrupulosamente colocaste. Se acabó la simetría. Para poder hojear uno tienes que sacar antes el de encima. Un engorro. Pero al menos vas ubicando cada tebeo aproximadamente “donde le corresponde”. Y como los editores suelen ser fieles a ciertos tamaños, pues más o menos van quedando agrupados. Astiberri por aquí. Norma por allá. La Cúpula se porta. Planeta o Panini no varían mucho. Al final resulta que todo espacio queda agotado, y ante la urgencia dejas un tebeo sobre la mesa o sobre el suelo. Y, entonces… ¡Ping! ¡La cagaste! Según el teorema de Bendixson, todo objeto tridimensional dejado a la buena de Dios termina siendo la base de una pila. Y así han acabado mis tebeos y libros: apilados. Mira las fotos. ¿Tú crees que puedo yo encontrar algo ahí? ¿En cuánto tiempo? ¿Y cuánto pagan por buscarlo? Lo siento amigo, si te quedaste detrás nunca te rescatarán. J

P.: ¿Compras grapas habitualmente? Si es así ¿cómo te las arreglas para guardarlas?

MB: No compro grapas. Bueno, apenas. Porque compré un paquete de la marca Metalbo y ahí sigue. Grapo poco. Uso más los clips. Aunque quizá te refieres a si compro cuadernos o revistas. Aaaaaaamigo. En ese caso, sí, claro. Como todo el mundo. Yo cuando compro algo, un producto impreso, lo sopeso, naturalmente, pero no me planteo la absurda pregunta de: “Uy, como es un impreso grapado ya no me apetece”. No. A mí me interesa la obra. Y si Los pitufos vascos viene grapado o con lomo me da lo mismo. Lo compraré si Los pitufos vascos me hacen gracia, me apetece saber de sus correrías o creo que me va a alimentar intelectualmente. Y lo de guardar, pues como todo lo demás: lo embolsas y lo pones de pie, o lo guardas en una caja, o lo apilas. Yo dejé de usar bolsas hace tiempo. Digo bolsas específicas para los comic books, que durante los noventa fueron la fiebre. Y tampoco acumulo en cajas. El cartón desprende ácidos malignos y podría convertirme en un ser mutante con superpoderes, y eso no es nada hipster; quita, quita.
No hago distingos. Yo compro tebeos. Punto.

P.: ¿Hay algún tebeo que te arrepientes de haber dejado y que no te han devuelto?

MB: No muchos. Cuando presto un tebeo lo hago cumpliendo con un ritual de aprecio. Si yo le dejo algo a alguien es porque confío en que a él le va a hacer un beneficio o le va a dar placer, porque yo lo sentí en su día o porque considero que así será en su caso. No recuerdo realmente haber prestado algo que no me hayan devuelto y yo lo eche dolorosamente de menos. Sí que recuerdo haber prestado cosas que me devolvieron luego, mucho más tarde, con un mensaje de disculpas. Nunca le di importancia. Si se los hubiesen quedado me hubiese dado igual. Y fíjate que te estoy hablando de casos en los que he prestado todos mis tebeos del ciclo Las ciudades oscuras, por ejemplo. Hace una semana presté a un amigo el tebeo de Norma Potlatch, una maravilla de Danide y Prior que pensé que a mi amigo le encantaría. Que lo lea. Que disfrute. Ya me lo devolverá. Yo ya lo he leído. No lo voy a leer y releer otra vez, compulsivamente. Y si no me lo devuelve, pues no pasa nada. Somos amigos aún. Ya le pillaré yo luego, más tarde, en un descampado, con un bate de béisbol. Y con un clavo en la punta del bate…

P.: ¿Regalas tebeos a los no lectores?

MD: A menudo. A niños mayormente. A mis hijas muchos. A los amigos de mis hijas también. ¿Qué hay un cumpleaños al que han invitado a mi hija? Papá, qué le compro. ¿Qué le gusta? Los dinosaurios. Pues un tebeo de dinosaurios. Bueno, le gustan más los zombis. Pues Los zombis revivientes de Fonollosa, está claro. Los videojuegos. Pues no hay mejor regalo que este tebeo tan magnífico que acaba de salir de Wang y Doctorow titulado En la vida real. Luego, a amigos aficionados, en sus cumples o por navidad, también. A un colega que no le gustan los cómics pero que le chiflan los Beatles le regalé para su último cumple el libro El quinto Beatle, de Panini. Flipó. Le encantó. Yo siempre hago estas cosas. Como conozco muy bien todos los tebeos que van saliendo, siempre hallo el más adecuado para cada ser humano. Si nos ponemos farrucos yo te digo que soy capaz de localizar el tebeo ideal para cada ser humano de Cantabria, por poner un ejemplo. Acepto apuestas.

P.: ¿Cuál es, para ti, la joya de tu colección?

MB: Bueno, como no soy coleccionista, lo que se dice un coleccionista, no tengo “joya de la colección”. No tengo un tebeo al que te tenga gran aprecio por alguna razón. Hombre, hay cositas que guardo con cariño porque me las regaló un autor con dedicatoria, o un editor amigo o porque las compré o me hice con ellas en un momento especial de mi vida. Pero un tebeo así, concreto, con gran valor… pues no. Se te pones muy pesado, podría citarte uno. Un Sandalio. Sí, ya sé que suena raro. Seguramente en tu vida has oído hablar de la colección Sandalio. Pero existió. Un tebeo flojo, de la segunda mitad de los cincuenta, que fue cuando en España dabas una patada y aparecían diecisiete tebeos distintos. Se publicaba una barbaridad entonces de novedades: cada día aparecían diez títulos nuevos en el quiosco. Aquello era un mercado abultado, plagado de productos de consumo fácil, rápido y efímero. Tebeos de usar y tirar. Algunos muy buenos, la mayoría flojillos. Sandalio es de los flojillos, pero es uno de esos títulos de los que te encariñas, por lo tontorrón del personaje de portada quizá, que no por el contenido, que era más que flojo. A mí me llamó la atención una historieta protagonizada por un superhéroe a la española: un tipo de chaqueta, que operaba en San Francisco, todo él galanura y bonhomía, que se ponía una capucha negra y, hala, a detener a pillos. Era un guión de J. B. Artés, autor fallecido en noviembre del año pasado y cuya muerte pasó desapercibida. Bueno, la historia aquella se distribuía en páginas con muchas viñetas apretadas, hasta 24 por página (de 25×17 cm), un horror para los miopes; y lo más gracioso es que tenía un defecto de compaginación, de modo que comenzabas a leer por la página de conclusión y luego seguías por la página de inicio de la historia. Tardabas en darte cuenta 24 viñetas. ¡Ja! Lo conservé por deporte. Y con el paso del tiempo me he dado cuenta de que los números de Sandalio son de los dificilillos. Yo los veo en el mercado del coleccionismo, pero nunca la cole completa. Son raros de narices. O sea que tengo un tebeo “especial”. Je. Y si eso, la peculiaridad, lo raruno, y lo cotizado, hace de un tebeo “joya”, pues ese es. Pero yo joyas no. Soy más de bisutería. Si algo considero más valioso es mi grupito de revistas y libros sobre cómic y sátira, que tengo un buen montón. Eso sí, le tengo un aprecio especial y no suelo prestarlos nunca, salvo a tesinandas guapas, naturalmente.

P.: ¿Hay algún cómic que no te canses de releer?

MB: De todo me canso. Como todos. Releí mucho de chaval. Sobre todo los cómics de Sally Forth y los Marvel Team-Up de John Byrne. Con el tiempo me di cuenta de que era por las curvilíneas muchachas tan bien dibujadas por Wood y el canadiense. Eso con El Jabato no me pasaba. Ni con DDT. Je, je, je. Por supuesto hay muchos tebeos que me gustaría volver a leer si tuviese tiempo porque son excelentes y siempre producen el mismo efecto metabólico de goce. Las 56 primeras historietas largas de Mortadelo y Filemón son muy eficaces. Los pitufos aguantan hasta El pitufo aprendiz. The Amazing Spider-Man, podría volver a leerla perfectamente cien veces más, al menos hasta la llegada de las primeras Secret Wars. Los Conan de Thomas cuelan muchas veces. Los Torpedo 1936 también. Los tintines, sin embargo, me aburrieron a la cuarta lectura (y la hice de chaval). Ya sé que esto duele… Quizá el tebeo que más he leído, por razón de deleite y al mismo tiempo por razón de estudio de la obra haya sido Watchmen, tanto en castellano como en inglés. Y a cada lectura descubro algo nuevo y más placer intelectual. Volveré a leerlo con total seguridad.

P.: ¿Hay alguno que hayas comprado varias veces?

MB: Pues me temo que sí. Pero por equivocación. Luego los regalo. Por ejemplo, me compré repetidamente Los surcos del azar. Y no es la obra de Roca que más me gusta. Watchmen me lo compré en comic book yanqui, en cuaderno español, el trade paperback yanqui, y luego otra vez el libro gordote y grandote recopilatorio. Mal hecho, porque ahora no halla asiento. También a veces compro tebeos de amigos para regalarlos a otros amigos. O compro dos veces un mismo tebeo para que me lo dediquen, o por hacer gasto. Tú ya sabes.

P.: ¿Compras las nuevas ediciones si incluyen extras o nuevas recopilaciones para tener toda la colección en el mismo formato?

MB: No, no soy de esos. Es decir, si yo tengo todos los Eightball en inglés, que los tengo, y luego me los compro también en español por aquello de pillar lo que no conseguí entender en la primera lectura, luego no me compro un recopilatorio en un volumen de Eightball. No. Tengo muchos superhéroes grapados que sé que han salido en bonitos tomos pero no los voy a adquirir. De momento. Si tuviera mucha pasta y mucho espacio posiblemente lo haría, porque me gustan las buenas ediciones y yo conservo muchas ediciones malas (las del siglo XX, por lo general, fueron muy malas, malas, regulares o poco buenas, por ese orden). Pero no habiendo pasta, no habiendo espacio, y con este calentamiento global que tenemos ahora, pasando.

P.: ¿Eres completista?

MB: Ni mijita. Salvo cuando debo hacer alguna investigación sobre tebeos. Por ejemplo, este mes he estado estudiando a fondo los tebeos de Maga, la editorial valenciana. Los he repasado todos, claro, y me ha fastidiado enoooormemente no poder acceder a la colección Enamorada ni a todos los números de las Novelitas Maga para adultos o a la totalidad de los cuadernos de Leyenda y fantasía (me faltan varios de M. Gago, que seguro que no me dice mucho, pero es que son Gago, oiga). Y también me falta un Reseso, una revista en plan “adulto” que traía unas historietas medio picantillas de José Ortiz que eran una gozada. Yo para esto sí que me obsesiono un poco. Si estudio algo quiero / tengo que conocerlo todo de ese algo. Parece como que se me queda coja la idea general si no alcanzo todo lo particular. Pero, en general, y en respuesta a tu pregunta: no, no soy completista.

P.: ¿Hay alguna serie o autor del que esperes con ansiedad su nuevo trabajo?

MB: Claro. De muchos. Por ejemplo, Max, Prado, Cava o Altarriba sé que me van a satisfacer plenamente cuando saquen sus nuevos tebeos. Y están a punto de sacar otro todos ellos. Munuera es otro tío que tú te planteas “?” y siempre obtienes “!”. Lo mismo me pasa con Kiko da Silva, un gallego de oro. Por supuesto, ardo en deseos de conocer el Corto de Canales y Pellejero. Roca sé que no me va a defraudar nunca. Y todo lo que hace Marcos Prior me encanta, así que bien venido será. También me gustan mucho los autores de comic books, y cada cosa de Pacheco la disfruto; con David Aja, Emma Ríos y Marcos Martín me pasa igual. ¿Y qué decir del señor Walta, al que ahora llaman Gabriel Hernández? ¡Es un crack! Y quiero todo lo de El Torres en castellano pero ya, aunque no sea yanqui-yanqui. También espero anhelante por el humor. Kap es mi fetiche en esto. Aunque gozo con cada propuesta de Monteys, con todo lo que hace. Y sé que una nueva viñeta de Guillermo me va a dibujar la sonrisa; lo espero y lo leo siempre. Hasta ayer estaba ansioso por saber qué estaba fraguando Laura, esa autora que nos sorprende con cada obra, innovando y arriesgando constantemente. Y así con muchos. Tenemos gente muy muy muy buena en España haciendo cómic. Pero que muy buena.

P.: ¿Cuántos tebeos tienes?

MB: ¿Tengo que contarlos? No sé. ¿Quince mil? ¿Importa? Te aseguro que he leído muuuuuuuchos más de los que tengo. Al menos el cuádruple de los que tengo.

P.: ¿Catalogas los tebeos que tienes? ¿Tiene cada tebeo su lugar asignado o dónde entre lo metes?

MB: ¿Es coña? ¿Qué si “catalogo”? Quiyo, Kike, que estás hablando conmigo. Sí, con el mismo Manuel Barrero que fundó en 2008 el Gran catálogo de la historieta. O sea, el mayor catálogo de los tebeos en España, que es el catálogo del que han bebido luego otros compiladores de estampitas. ¡¡Claro que los catalogo!!

Bueno, ahora fuera de bromas: no, no catalogo los tebeos que tengo. Catalogo los tebeos que existen. Y los catalogo atendiendo a fórmulas rigurosas de catalogación. O sea, que no sólo establezco un puñado de criterios para ordenar-los-cómics-que-tengo, sino que intento que los criterios puedan ser extensivos a toda propuesta de ordenación de materiales impresos con vistas a trabajar luego con ellos como productos culturales. Esto supone que no solo me limito a recoger los datos que otros han depositado buenamente en un inventario o en un foro de internet. También lo compruebo y establezco fechas de arranque, trayectorias en el mercado, intentado comprender la coherencia de producción en cada momento de la historia editorial de los tebeos editados. Eso hago. Luego, mis tebeos, los que tengo en propiedad, son un desastre. ¿Por qué? Pues porque cuando acabo de trabajar con ellos, una vez que les he “chupado su intrahistoria” se convierten en un lastre; ya me molestan, los quiero aparte, porque deben ser sustituidos por otros que van a ser analizados a continuación. Así que voy encajando los que he mirado en archivadores, en bolsas, en cajas, en montones, apilados. Y ahí se quedan, los pobres, penando entre el polvo y el olvido. Snif. Pero entiendo que es bueno tener los tebeos ordenados, etiquetados y localizados. Sí que lo es, sí. Ojalá yo tuviera más tiempo y espacio. O una secretaria con las hechuras de Scarlett Johansson para ayudarme.

P.: Europeo, manga, americano, novela gráfico ¿Qué tipo de tebeo lees más asiduamente?

MB: Yo soy un friqui de los tebeos. Con eso te lo digo todo. Soy friqui de ahora, ojo, friqui contemporáneo. Es decir, que me siento contrario al friquismo tal y como era antes, cuando un friqui era un payo al que le gustaba La Masa y no los cómics “europian”, o bien un gafapasta que solo leía a Daniel Clowes y le espantaba el manga, o bien un otaku que pasaba olímpicamente de todos los cómics que no fuesen japoneses, o, ya puestos, un veterano “Cebolleta” que solo leía tebeos producidos antes de 1968. Yo antes era normal. Algo raro pero sin pasarse; normal. Hoy soy friqui. ¿Por qué? Pues porque disfruto igual con un manga que con un tebeo de aventuras fraguado en 1951. Me lo paso bomba con un Wonder Woman e igual con un Din dan. Me sumo en la lectura de un Zapico y gozo igual que si me das un Real life. Lo siento pero no puedo evitarlo. Me gusta el cómic dirigido a niños, a niñas, a homosexuales, a heterosexuales, a estirados y a metaleros. Leo cómics para adolescentes. Manga ecchi también, ¿por qué no? Me trago un integral de Umpa-pá y me quedo tan pancho. No puedo ni quiero evitarlo. Creo que la razón es que yo hace mucho tiempo que no leo tebeos por el placer de disfrutar de ciertos autores, cierto tipo de historias o algún modelo estilístico o corriente. Yo leo tebeo porque me gusta el lenguaje de la historieta. Me maravilla. Y hay hallazgos narrativos en casi todas las historietas que se hacen, siempre y cuando sean de calidad en su ejecución. Obviamente, un guión de García es mucho más elaborado que uno de Juarma, pero yo me lo paso igual de bien. Con nada sufro. Solo lo paso mal cuando alguien dobla las esquinas o pinta encima. Eso me revienta. En suma, que soy omnitebeófago.

P.: ¿Cómo guardas los tebeos de Chris Ware?

MB: Tumbados. Yacen. Como mis Jeromín, mis Mickey, mis Rumbo Sur, mis Medios revueltos, los Carlos Giménez que Glénat editó a lo grande, y bastantes cosillas más de tamaño XXL. También tengo unos libros de ilustración de H. R. Giger que son la pera limonera. No hay quien los enclaustre. Lo último con lo que he tenido problemas ha sido con el 75 Years of Marvel. No solo es jodidamente grande. También es jodidamente gordo. Gracias a que viene en una maleta y se lleva fácil de un sitio a otro, porque no dejo de apartarlo.

P.: ¿Cuál es el último tebeo que te ha sorprendido?

MB: Bueno, sorprenderme, lo que es sorprenderme… difícilmente. Al leer tanto ya le pillas el truco a todo. Me ha gustado mucho la reciente traducción que antes te comentaba, En la vida real (Sapristi), por el modo tan certero de tratar las necesidades afectivas y emocionales de los adolescentes. Me ha resultado muy interesante el tebeo Poémic (Luces de Gálibo), ante su propuesta arriesgada de concebir tiras que no plantean soluciones racionales sino revelaciones emocionales. El péplum que ha hecho Mateo con Juanra y Javi, Gloria victis (Norma), es la leche. ¿Lo has visto? No puede sorprender porque es “una de romanos” pero es taaaan bueno. Luego, si por algo me sorprendo, eso sí, es por las labores de edición. No tanto por los tebeos nuevos como por los sellos nuevos, esos que se atreven a sacar nuevos tebeos a la luz tal y como está el patio. Me refiero a los emprendedores de Diminuta, Grafito o Tomodomo, por ejemplo; los riesgos que asumen Nórdica o El Nadir editando lo que editan; o los aciertos de Orgullo y satisfacción como sello, quienes por cierto acaban de sacar un diccionario en papel que parece superdivertido. Siguiendo con esta idea, el sello que más me ha sorprendido últimamente ha sido Spaceman Books, que se ha convertido de la noche a la mañana en un sello obligado para todos los amantes del noveno arte. ¡Qué tebeos están traduciendo, señores, qué tebeos! Qué gozada de obras y qué gozada de ediciones. Hojeas el Recuerdos del imperio del átomo y lo flipas. Son geniales esta gente.

P.: ¿Qué haces cuando ya no tienes más sitio para guardarlos?

MB: ¿Los tebeos? Los meto en cajas y los guardo. Algunos los regalo. Raramente los tiro. Y jamás he vendido tebeos. Bueno, sí, uno, pero porque el comprador no dejaba de llorarme y al final dije, venga, vale, toma. En respuesta a tu siguiente pregunta, que yo integro aquí porque me parece coherente, te diré que cuando un tebeo no reúne las expectativas que yo tenía de él, no lo cambio ni lo vendo ni lo dono. Lo guardo, pero no por darle una segunda oportunidad, sino por costumbre. O por pereza.

P.: ¿El tebeo digital desplazará al de papel en algún momento? Si consigues la versión digital de un tebeo ¿te deshaces de la edición impresa que ya tenías?

MB: Lo digital va desplazando a lo analógico lenta e inexorablemente. No sólo a lo impreso, también a lo audiovisual analógico. En esto no se trata de cuestiones modales o de costumbres adquiridas; se trata de leyes de mercado. Lo que vende es lo que vende y punto pelota. La música cada vez se vende menos en soporte físico. La prensa, los libros y los tebeos van avanzando más despacio, por los diferentes apegos a los modelos tradicionales de lectura. Pero terminarán agotados porque el mercado no los podrá sostener. No olvidemos que las publicaciones que llamamos tebeos, los que arrancan en el comienzo del siglo XX, son hijas del capitalismo; son productos comerciales. Si desaparece su comercialización, desaparece su producción. La historieta (el medio) no va a desaparecer por ello, naturalmente, pero los canales a través de los cuales se brindará al lector serán otros. Como yo llamo tebeo a la publicación impresa que ofrece historietas considero que sí, que los tebeos van a menos; la historieta hallará un nuevo nicho en los espacios digitales, y no sólo para preservar la obra existente, también para ofrecer nuevas propuestas narrativas y plásticas. ¡En internet está todo por descubrir! Con respecto a deshacerme de lo que está en digital: no, de momento no lo hago. Tengo muchos tebeos digitalizados pero conservo los que tengo en papel. De hecho, a menudo me descargo cómics digitalizados que luego me compro en papel. Hay casos, no obstante, por los que no paso. No sé por qué razón exactamente pero yo no disfruto de Bill Watterson si no es en papel. Quizá es por las ediciones que yo manejo, las originales, gruesas, golosas, grandotas; y qué bien coloreadas que están las jodías. Pero esto puede pasar a la historia cuando llegue el grafeno, cuando dispongamos de una superficie de tamaño A3 flexible para nosotros solitos con la que podamos reproducir cualquier cosa con la intensidad, tono y contraste que nos dé la gana cuando nos dé la gana. Ya verás ya.

P.: ¿Dudas mucho a la hora de comprar un tebeo o te mueves por impulsos?

MD: Solo me hace dudar la pasta. Si llevo ya 60 pavos gastado y aparece uno con buena pinta me digo: hum… Lo miro y lo remiro y, bueno, a veces apoquino. Quizá es el impulso, sí. En ese caso, porque hasta los 50 pavos no dudo nada, voy sumando. He adquirido tebeos malos impulsivamente, pero por lo general no me arrepiento. Lo que sí sopeso racionalmente, siempre, es la edición. Si el tebeo está mal editado. Yo que sé, dientes de sierra, hojas mal impresas, encuadernación de pena, colores mal interpretados… paso. Ni me lo pienso.

P.: ¿Hay algún cómic que te llame pero no te acabes de decidir?

MB: Es tanto lo que se edita y hay cosas tan buenas que esto no me pasa. Quizá podría reconocer que eso me pasó en un principio con Saga, la obra de Vaughan y Staples. En un principio me temía algo flojo. Sí, sí, mucho premio, mucho reconocimiento, pero yo no intuía ahí frescura; yo veía una soap opera sideral. Era eso pero también era muy bueno, y finalmente lo compré, lo leí y estoy muy contento. Sigo con ellos.

P.: ¿Compras habitualmente cómics en inglés o francés?

MB: Sí, y libros. Cuando no están aquí los pillas fuera. Es lo que hay. Sobre todo cuando reparas en que te sale más barato. Hoy en día es fácil con la internet y tal. No tengo problemas con el inglés o el francés, los leo perfectamente. También compro cosas en italiano, portugués y de Brasil, que es portugués con alguna leve diferencia. También leo esos idiomas perfectamente. A los cuales sumo el catalán y el gallego, que los leo con fluidez, aunque nada de eso hablo. Ni en la intimidad. Con el euskera, sin embargo, no puedo. Y me da una rabia tremenda. El alemán o el neerlandés tampoco los pillo. Ni el turco, y me gustaría. ¡Y maldigo los kanji! ¡Lo que nos perdemos por hablar todos distinto! Pese a todo, tengo tebeos en turco, en japonés, en neerlandés y en alemán. Llevan bonitos dibujos.

P.: Si sale la edición en castellano ¿los vuelves a comprar?

MB: Claro, si me gusta el tebeo y la edición española es buena, lo hago.

P.: ¿Algún tebeo inconfesable?

MB: Nada que ocultar. Durante un tiempo no quise decirle a nadie que me gustaba Casa Howhard, de Baldazzini. Pero, qué demonios, constituye el mismo delito reconocerlo que declarar que me sigue gustando hojear tebeos de Trini Tinturé o que me trago todo lo que publica DeHavilland. J (también es broma; la casa que arde saca tebeos muy guapos; el Robles, ese chaval, es muy prometedor).

P.: Después de tantos años como lector ¿consigues mantener la ilusión al abrir un nuevo tebeo?

MD: Pues lo cierto es que sí. Y te diré el porqué. Porque la historieta es un medio muy joven en el que quedan muchos aspectos por descubrir. Es uno de los medios de expresión más libres, en los que casi todo depende del talento del autor, y por eso cada propuesta es distinta. Tiene una genética muy recombinante, si hablamos en términos biológicos. Mientras que la novela o el cine a veces se estancan en nichos de mercado, de rangos de audiencia, de expectativas de las que depende la pasta de la productora, y siempre son esclavos de los formatos, en la historieta todo puede ser riesgo y, por lo tanto, innovación. Así que la ilusión está asegurada. De eso no te quepa duda.

P.: ¿Tapa dura o blanda?

MB: Nunca pido ensaladilla en los bares; ni tapas del estilo, de esas para comer con cucharita porque se escurren. Me gustan las tapas sólidas, que se sostengan entre los dedos… Aaaaah, que hablas de tebeos. Pues me da lo mismo. Si el tebeo es bueno me da exactamente igual. Hay tebeos pochos encuadernados en cartoné y tebeos maravillosos cosidos con grapa. Eso no es lo importante. Los tebeos son como los bombones: lo bueno está dentro. Hace poco tuve esa discusión con mis colaboradores más cercanos porque, como tú sabes, nosotros también editamos en la ACyT. Vamos a sacar un libro que he escrito yo y, dada su “importancia”, querían sacarlo en cartoné. Y yo que no. Y ellos que sí, que más caro pero que lo valía. Y yo que no, que una obra como esta, de consulta (se llama Diccionario terminológico de la historieta, así que ya te haces una idea), la prefería en rústica porque hacía el manejo más cómodo. Las tapas deben ponerse en relación con la obra. Es lógico que si editas un absolute de 700 páginas no debes encuadernarlo en rústica porque se te romperá a las tres aperturas. Pero un tebeo de escasa carnadura, destinado a sorprender o a epatar, o contenedor de una serie que se sirve por entregas… grápalo y véndelo barato, hombre, que si no no llegas.

P.: ¿Brillo o mate?

MB: Mate, por lo general.

P.: ¿A que huelen los tebeos?

MB: A lavanda.

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