
“La Casa” es el nuevo trabajo de Paco Roca, un trabajador infatigable que, con cada nueva obra nos muestra que su capacidad para sorprendernos parece no tener fin. Tras un trabajo de una intensidad épica como “Los Surcos del azar” vuelve a conquistar al lector con un cambio de registro que nos muestra su lado más íntimo. Una historia cercana y familiar de padres e hijos llena de emoción y recuerdos en el que sea, probablemente, su mejor trabajo hasta la fecha. Con Paco Roca hablamos de la obra, de cine y de muchas cosas más.
Pregunta: ¿Qué es “La Casa”?
Respuesta: Siempre me cuesta definir qué es “La Casa” porque corres el riesgo de contar todo o no contar nada. Es una historia que tenía importancia para mí y novelarla creo que puede acercarla al público. Una sinopsis podría ser que es la reconciliación de una serie de personajes alrededor de la protagonista de la historia, la casa.
P.: ¿Cómo nace la historia?
R.: La historia nace en un momento muy importante para mí. El momento en el que me convertí en padre y me quedé sin padre casi a la vez. Cuando sucede, te replanteas muchas cosas y me apetecía contar una historia de un personaje que no es un héroe de guerra como en “Los surcos del azar”. Una persona que lo único que ha conseguido es ser padre de familia y como mucho prosperar como lo hizo mucha gente en la España de la posguerra. Una persona que viene de un origen humilde y llega a formar parte de la clase media que aspira a dejar algo a sus hijos que él no tuvo.
P.: Hay dos protagonistas claros, la casa y sobre todo Antonio. ¿Cómo te enfrentas al personaje?
R.: Sobre todo al principio, cuando estaba con el guión, me planteaba si abandonar la ficción del todo y contar una historia autobiográfica, hablar de mi padre. Pero pensé que podía ser más interesante para mí y para el lector coger una cierta distancia y mantener una ambigüedad entre la realidad y la ficción. Así he podido contar todo lo que quería. Todo es bastante fiel a la realidad, pero contarlo con otros personajes me permitía ver si la historia iba a funcionar o no. Lo difícil de las historias autobiográficas es pasarte o quedarte corto, pensar que estás dando más de lo que realmente estás ofreciendo. Creo que al novelarlo es más fácil saber por dónde estás andando y me ha ayudado a hacer más comprensible el personaje de Antonio a los lectores.
P.: La mezcla entre realidad y ficción están muy presentes en el libro. El personaje de José es quizás el más próximo al estereotipo de ti mismo que has ido mostrándonos a lo largo de tu obra.
R.: En cierta forma sería el más cercano para mostrar mis miedos o mi personalidad , pero creo que estoy en todos los personajes. Quizás se parezca más por la profesión creativa que tiene y en esa huida hacia adelante continua de conseguir metas sin mirar atrás. Cuando te detienes y miras te das cuenta de las cosas que has perdido, lo que tenías y ya no vas a poder recuperar.
P.: Te has acercado a tu alter ego en varias obras. En “Memorias de un hombre en pijama” el humor disimula cómo muestras una parte muy poco condescendiente de ti mismo.
R.: Sí, empieza a ser recurrente. En “Los surcos del azar” aparece un Paco que tampoco sale muy bien parado. Acabo criticando bastante al alter ego que podía ser yo en las historias. Sin embargo, es curioso ver cómo en la no ficción a veces mientes más que en la ficción. En “Memorias” o en “Los surcos”, en los que ocultas menos quién eres, probablemente esté menos presente que en este libro.
P.: El personaje recurrente prioriza la ficción a su vida real, sin importarle cómo llegar a conseguir las declaraciones que necesita o dispuesto a introducir en la obra anécdotas reales de amigos si benefician a la obra.
R.: Sí, en el caso de “Los surcos del azar” quería mostrar ese interés que centras en un tema durante un periodo de tiempo y que abandonas cuando acabas la obra. Me pasó con “Arrugas” o con “El invierno del dibujante”. Me quedaba esa sensación que critico en “Los surcos del azar”.
P.: “La Casa” cuenta la historia de tres hermanos que vuelven a la casa de verano familiar tras la muerte de su padre, un punto de encuentro y de distanciamiento que hace que afloren los recuerdos y las viejas rencillas.
R.: Siempre te planteas cómo contar una historia. Al hacer “La Casa” quería contar la relación de un hijo con su padre y los recuerdos que quedan y cómo deshacerte de esos recuerdos. Te planteas cómo contar eso narrativamente y pensé que sería más interesante hacerlo a través de la casa que abordarlo directamente. La casa somos nosotros, la forma que le hemos dado y la que nos ha dado a nosotros. Me parecía interesante contar la historia a través de esa casa que se ha quedado en pausa, esa casa que espera que al día siguiente vuelva su dueño, un dueño que no va a volver. La casa es el contenedor de los recuerdos de una vida. Quería entender al padre a través de la casa y todos los elementos que hay en ella.
P.: El tema de las raíces está muy presente en el libro. Muestras un árbol genealógico y vemos cómo la tierra en la que se construye la casa la hereda Antonio de su padre y espera que su labor continúe con sus hijos.
R.: Ahí hay dos puntos. Por un lado está la idea del ciclo de la vida. Todo se repite. Para mí era un punto importante haber sido padre a la vez que moría mi padre. Todo se repite por más que pensemos que es diferente. Vemos el paso de las estaciones, el invierno, la primavera… la vida continúa aunque nadie cuide de la casa. Empiezas a comprender muchas cosas cuando te faltan o has pasado a otra fase como ser padre después de haber sido hijo.
Por otro lado, ese árbol genealógico puede representar lo que ha sido la sociedad en el último siglo. La mayoría de la sociedad ha ido a mejor, ha prosperado la gente que venía del campo, que llegaba a la ciudad, tras mucho trabajo. Los hijos estaban mejor que sus padres y los nietos mejor que sus abuelos. Hasta llegar a esa clase media de los 80 que se puede permitir una segunda vivienda. En España, además de esa extraña costumbre de comprar la vivienda se da la posibilidad de tener la casa de campo, el chalecito que se llama en Valencia, algo impensable en la mayoría de los países. De repente nuestros padres tenían dos viviendas y daban a sus hijos, con mucha austeridad y con mucho trabajo, mucho más que lo que la siguiente generación podrá dar a los suyos. Esa clase media ha llegado quizás al punto más alto y va a ser más difícil que las nuevas generaciones prosperen con respecto a la anterior.
P.: Es curioso ver cómo el padre intenta dar a sus hijos lo que tienen los señores a los que ha servido y cómo los hijos menosprecian lo que consigue como si no alcanzase a sus aspiraciones.
R.: Es otro de los temas. Las distintas perspectivas de lo social. Estamos generalizando pero parece que ciertas generaciones dan las cosas que tienen por supuesto. La meta que movió a mis padres era prosperar por medio del trabajo y formar una familia. En la siguiente generación no hay que seguir un patrón determinado. Eres libre de tener hijos o no, puedes tener una profesión liberal o lo que creas. Hay cierto desprecio por esa generación de la austeridad. En una historia de El País trataba un poco de ello, del sufrimiento en el que estamos inmersos. Mis padres tuvieron el televisor de tubo hasta el final. No concebían cambiarla si todavía funcionaba aunque pudiesen tener una mejor. Ese choque está presente en el libro y ese cambio de mentalidad nos ha llevado a estas casitas y a esta forma de vivir de los protagonistas.
P.: Siguiendo con el paralelismo de los árboles, en el libro vemos cómo los protagonistas arrancan los árboles, que se han quedado secos porque nadie los cuida.
R.: Me parece que son detalles que van aportando a la historia. Esa casa ha sido el refugio en la soledad del padre. Los padres forman una familia y disfrutan de ella unos años. Después, poco a poco, los hijos van desapareciendo. Es el lógico desapego de los hijos. Al padre lo que le va quedando es esa casa e irla cuidando. Esos árboles, ese campo, es, al final, lo único que le queda. Cuando él ya no está esos árboles se van secando, esos frutos van cayendo al suelo sin que nadie los recoja. Es como la casa pero con elementos vivos.
P.: Precisamente el que el padre se ocupe de la casa se convierte en un reproche de los hijos de que desatienda a la familia.
R.: Lo que he intentado es que las cosas no sean planas. Todos tenemos una visión de las cosas, sea o no correcta. Lo que le pueden achacar los hijos al padre, ese egoísmo y falta de interés por ellos, muestra lo diferente que ve cada uno la historia. El padre se siente abandonado por sus hijos y los hijos se sienten dolidos con su padre. En una parte de la historia se cuenta. La madre espera sumisa en casa a ver si los hijos vienen mientras que el padre es más orgulloso e intenta no mostrar sus sentimientos. Lo que quería es que el lector se pudiese hacer una idea más completa de la historia.
P.: Quizás responda a los modelos educacionales de la generación de nuestros padres. Educadas ellas para ser las enfermeras de la familia y ellos para ser quienes traigan el pan a casa.
R.: En el caso de mi padre y el de otros padres de amigos que conozco, ellos tenían el peso de ocuparse de las cosas importantes y la madre se ocupaba del cariño. No eran hombres de caricias y de abrazos. En el fondo es una lástima porque se cohibieron muchas veces de mostrar sus sentimientos. El ser padre te hace verlo de otro modo. De repente algo te hace click y te das cuenta de la necesidad que tenían mis padres de tener cerca a sus hijos. Te das cuenta lo que debe suponer que tus hijos ya no dependan de ti y se vayan y te quedes solo. Mis hijos son recién nacidos pero te entra ese miedo.
P.: No sólo hablas de las relaciones entre padres e hijos. Parece que con el nieto esa barrera de la que hablas cae. Se da una relación de especial cercanía que, probablemente los hijos nunca hayan sentido.
R.: Es un momento importante la relación con los nietos. Llega en un momento en el que has perdido ya la relación con tus hijos. Estás más maduro, con más tiempo y con una falta de cariño. Ese vínculo es muy importante, tanto para el nieto como para el abuelo. Otro de los personajes, Carla, se da cuenta de la pena que le da que su hija no haya podido tener esa relación con su abuelo.
P.: Además de hablar de padres e hijos hablas de hermanos y de sus roles.
R.: Me parecía importante hablar de la jerarquía entre hermanos. Yo soy el mediano de tres hermanos y mi hermano pequeño siempre será el pequeño por más años que pasen y por poco tiempo que nos llevemos. En momentos delicados al mayor se le reclama tener la opinión final y se espera que se comporte como hermano mayor.
P.: Acabando con la figura de los árboles, muestras un tronco cortado con todos sus anillos que permiten ver todos los pasos del camino. Por más que crezca el árbol queda para siempre marcado cada uno de los pasos hasta llegar ahí.
R.: Me parecía que se podía representar muy bien todo lo vivido allí. Lo vemos también en esta casa trastero a la que han ido a parar todo lo que sobraba en casa de los hermanos. El guardarlo todo, no tirar nada. Hay un momento en el que te preguntas qué haces con todo eso, con ese árbol que tiene todos tus recuerdos pero ya se ha secado, qué hacer con los recuerdos.
P.: Dentro de los árboles tiene especial relevancia una higuera que muestra los sueños de infancia del padre.
R.: En cada historia me hubiese gustado saber qué pensaban sus protagonistas de lo que he hecho. En el caso de “El invierno del dibujante” me hubiese gustado saber qué hubiese opinado Escobar, en “Los surcos del azar” qué hubiese opinado Miguel Campos y también me hubiese gustado saber qué pensaría mi padre de este libro. Al haber novelado la historia he podido especular sobre anécdotas reales. Me hubiese gustado saber si mi padre sentía atracción por esa forma de vida que llevaba ese turronero para el que trabajó. No sé si eso le marcó.
Yo en mi terraza tengo una higuera que es igual que la que he dibujado y cada vez que venía mi padre me la cuidaba y podaba y me decía que siempre había querido tener una. Me contaba que, cuando era niño, comía higos de una higuera que había cerca de su casa pero no sé si era importante para élo solo un detalle aunque a mí me venía muy bien a la hora de novelar. Me gustaría saber qué opinaría mi padre de los caminos por los que le he llevado en el libro.
P.: Otro tema muy interesante es cómo cambia el mito del padre. De pequeño es el chófer de un gran señor y de mayor era un mensajero sin más.
R.: En ese punto he sido muy duro. Si hubiese sido una historia real no me hubiese permitido bajar hasta ese punto la memoria de mi padre pero la ficción te permite coger distancia. Es matar al padre. Durante mucho tiempo es un ejemplo, pero llega el momento en el que tiene que dejar de serlo para que el hijo pueda volar por sí mismo.
Sí es cierto que mi padre me decía siempre qué hacer. Como trabajé durante años en publicidad, siempre me decía que me tenía que llevar a la agencia en la que trabajaba. Me arrepiento de no haberme interesado más por la vida de mis padres. Solo cuando mi padre estaba ya muy enfermo intenté recuperar muchas cosas que se me habían quedado en el aire. Es entonces cuando le pregunté qué hacía en esa agencia y me pareció muy tierno saber que era el mensajero cuando yo pensaba que sería el máximo creativo de esa agencia.
P.: La obra se titula “La Casa” pero se podría llamar el huerto, ese jardín externo y lleno de luz en el que el padre trabajaba.
R.: Toda la vida se lleva a cabo fuera de la casa. Es algo que muestra la vitalidad del personaje, que nunca está quieto. Casi siempre está haciendo cosas, no puede estar sentado y disfrutando. Vuelvo a generalizar pero no era gente con una gran cultura ni una gran afición por leer. Creo que refleja mucho a la gente de su generación. No sé si creían que tenían esa obligación de hacer algo constantemente, algo que entronca con la educación católica de que las cosas tienen que costarte y el esfuerzo continuo.
P.: Utilizas los colores de un modo muy sutil para diferenciar los espacios.
R.: Igual que en “Los surcos del azar” el color diferencia los lugares en los que transcurre la historia. En esta ocasión me he permitido la libertad de poder destacar elementos de un modo irreal, acentuar con el color momentos o poner énfasis en detalles.
P.: También vemos una mayor libertad en la composición de página. Rompes con la retícula habitual de tus obras anteriores y juegas con la distribución de viñetas para cambiar el orden de lectura en ocasiones.
R.: Creo que ha sido por el cambio de formato. Cuando llevas tiempo narrando con la página en vertical usas unos recursos que sabes que te funcionan. Al pasar al formato horizontal empiezas casi de cero. Tienes que buscar nuevos recursos y formas de componer la página. Para mí ha sido muy fresco tener que pensar cómo montar las viñetas para que funcionen como página o doble página.
P.: Quizás esa nueva disposición te permita usar las imágenes mudas con un ánimo más evocador que narrativo.
R.: Esa página apaisada le encajaba a la historia porque encaja con la proporción de la casa. El formato horizontal nos lleva también a las panorámicas y a esas viñetas mudas que mencionas. El poder tener un área muy larga te permite una viñeta extendida que transmite mucha paz. Creo que descansa mucho más la historia con este formato apaisado.
Era tan importante hablar del padre y los hijos como de la casa. Todas esas imágenes en silencio muestran el paso del tiempo y las estaciones por la casa. Los silencios son más silencios. El paso del tiempo es esencial en la historia.
P.: Consigues introducir diagramaciones y esquemas que habías utilizado en prensa y que te permiten hablar de conceptos más abstractos de una forma mucho más cercana.
R.: El trabajo en prensa de “Memorias de un hombre en pijama” me ha abierto la visión a otro tipo de narración más abierta. En prensa tienes muy poco espacio para contar algo. En “El País “me había obligado a usar una retícula y solo tenía dos páginas cada semana de modo que tenía que cambiar la forma de contar. El texto pasa a tener más protagonismo y los gráficos permiten que la viñeta se convierta en un contenedor de información más que una ventana a la realidad. Cuando me doy cuenta de eso me puedo permitir jugar con nuevos elementos.
P.: A pesar del gran trabajo que hay tras cada página el dibujo da una sensación de una mayor soltura. No parece haber tanta preocupación por dar un resultado tan cerrado.
R.: Al menos lo he intentado. Cada vez pruebas nuevos caminos para seguir disfrutando. En “Los surcos del azar” ya se ve este proceso con las imágenes del presente. A la hora de contar una historia tan cotidiana necesitaba algo muy fresco y sincero. En ocasiones no retocaba las cosas que se me habían ido, una línea que no quedase tal cual pensaba. Eso para mí antes era inconcebible, pero esa soltura del dibujo encajaba con el tono de la historia.
P.: Después de obras como “Los surcos del azar” o “El invierno del dibujante”, en las que la documentación es tan importante. ¿Qué ha supuesto trabajar en una historia tan íntima?
R.: En un principio iba a ser así pero al final para todo necesitas documentación y el proceso ha sido largo. Fui durante dos veranos allí. No es exactamente la casa que dibujo pero me sirvió mucho estar allí, ver todos los detalles mientras me documentaba. Si lo tuviese que hacer en mi estudio, con fotografías no hubiese sido lo mismo. Para transmitir esa sensación de casa vivida, casi cutre, era importante documentarme bien y fue una suerte poder tener una casa similar para vivir en ella y dibujar allí.
P.: Hablabas antes de tu intención de hacer un trabajo más ligero pero hay una expectativas tras cada nuevo trabajo que realizas. ¿Influye quién es Paco Roca a la hora de afrontar cada nuevo trabajo?
R.: Puede ser. En otro momento hubiese sido diferente “La Casa” y lo que antes dabas por bueno ya no es suficiente. Puedes hacer una anécdota más o menos corta, la idea que tenía al comienzo, y hacer casi un cuento en bitono con pocas páginas. El resultado probablemente no hubiese sido peor pero poco a poco te das cuenta de que es desperdiciar una historia. Una de las cosas que más pesan en el cómic es la síntesis. Desde que empecé a dibujar siempre he tenido en mente que tienes que sintetizar y tienes un esquema que no me he conseguido quitar hasta “Los surcos del azar”. Con “Los surcos” me liberé y decidí no coartarme. Al principio tienes miedo de que el lector se pueda perder con tanta información. Cuando empecé con “La Casa” quise volver a la síntesis pero enseguida vi que quería contar más matices y fue cambiando el proyecto hasta las 123 páginas de historia que ahora tiene.
P.: Una de las claves de tu éxito quizás sea que no ofreces al lector lo que espera. Tras “Arrugas” cambias totalmente de registro y tras “Los surcos del azar” lo haces de nuevo. Frente a la superproducción, una producción independiente, intimista. ¿Tienes alguna visión de cómo gestionar tu trayectoria?
R.: Tienes más o menos claro, cada vez más, qué tipo de lectores tienes. A veces dudas de cosas que te gustaría hacer pero que crees que tus lectores no van a entender. Buscas no aburrirte y hacer el tipo de historias que te gustan pero intentas esperar a que sea el momento adecuado. Me sigue gustando la aventura y la ciencia ficción pero puede descolocar mucho. Algún día lo haré.
De todos modos, si lo analizas bien, no hay tanto giro. Siempre estoy hablando de lo mismo. Tengo un patrón de lo que cuento que suele ser siempre el mismo. Siempre está presente el tema de la memoria y el recuerdo. Siempre hablo del mismo tema pero vistiéndolo de un modo distinto cada vez.
P.: Quizás es “La Casa” el libro que más paralelismos guarda con “Arrugas”. Siempre has contado que en “Arrugas” partes del Alzheimer del padre de un amigo. Parece que es el turno de contar tu propia historia.
R.: Nunca acabas contento con lo que estás haciendo. El tema de la vejez se repite en “Los surcos del azar” y en este libro. Es un tema que quieres acabar de contar bien. En “Arrugas” también quería hablar de la vejez de mis padres que en ese momento se estaban volviendo mayores. Quería entenderles mejor. Cuando vuelves a tocar el tema de los padres es lógico que haya ciertos paralelismos.
P.: En paralelo a “La Casa” has estado trabajando en la versión cinematográfica de “Memorias de un hombre en pijama”.
R.: Sí. “La Casa” nace hace dos años. Coincide el momento en el que ya tengo todo el guión y la documentación, ese momento en el que tengo que ponerme a dibujar, con el arranque de la película. En esta ocasión soy el director así que tenía que hacer el guión, el story y estar encima de todas las partes del proceso así que ha sido una especie de embudo imposible. Además de no tener tiempo material para poder hacerlo era difícil ese cambio de registro porque cada proyecto era muy absorbente. Tuve que aparcar un poco “La Casa” durante los meses que duró la preproducción, hacer el guión y la animática de la película. Solo cuando pude liberarme de la creatividad de la película pude volver a la historia otra vez.
P.: ¿Existen muchas diferencias entre el cine y el cómic?
R.: En un cómic la forma de lectura es más parecida a la de un libro por la complicidad con el lector y tienes una gran libertad a la hora de contar las cosas. Una película es mucho más lineal. Tienes que hacer muchos cambios y la forma de narrar es muy distinta. Ayuda hacer el story sobre algo que conoces pero después surgen muchas cosas que lo diferencian muchísimo. Una de esas cosas es el presupuesto. En el cómic no te lo planteas porque estamos acostumbrados a trabajar con presupuestos bajos sabiendo que muchas veces no nos va a resultar rentable. En una película, el presupuesto y el tiempo van muy unidos. Si tienes poco presupuesto tienes poco tiempo. Si tienes dinero puedes comprar tiempo o puedes contar con más gente que hace que el tiempo se dilate. En este caso, es un presupuesto ajustado y supone un estrés continuo. Es mucho el trabajo que hay que hacer. En el cómic eres tú el que tienes que hacerlo todo y tienes que saber un poco de todo. En el cine eso te sirve para poder encargar tareas, algo que es muy cómodo: puedes encargar que haya una persona que se ocupe del diseño de personajes o del diseño del color y es una gran ventaja con respecto al cómic. Sólo tienes que buscar lo que quieres y alguien lo va a hacer y mejor que tú.
P.: En “Arrugas” la labor de director recae en Ignacio Ferreira, una responsabilidad que asumes en esta nueva película.
R.: Sí, ese es el gran miedo. Ignacio estaba al frente y si la película salía mal era su responsabilidad y si salía bien podías ponerte a su lado para decir que la habíamos hecho a medias. En este caso soy el responsable para lo bueno y para lo malo. No controlo el mundo del cine por mucho que me rodee de gente profesional. Es la primera vez que me embarco en un proyecto así y es muy fácil meter la pata. Hay tantos detalles que se te escapan y tanta gente preguntándote que tienes mucho vértigo, pero es un miedo que no puedes mostrar porque hay mucho dinero en juego y todos confían en que tú sepas hacia dónde vas, así que tienes que guardarte tus miedos.
P.: ¿Tenéis prevista una fecha de estreno?
R.: Sí, por el tema de las ayudas tenemos que acabar la película en 2016 y se estrenará a lo largo del 2017.
P.: ¿Este nuevo camino va a solapar tu trabajo como dibujante?
R.: Depende de cómo quede la película. Si es un desastre probablemente sea esta mi última colaboración. Lo que me gusta en realidad es contar historias y el cómic me permite la libertad de hacerlo sin necesitar nada, no tener que convencer a nadie más que tu propio trabajo y en el cine todo requiere tanta dedicación que no sé si me podría acostumbrar. Tiene muchos beneficios. Si una película funciona tendrá una difusión mayor que la que podrá tener nunca un cómic. Toda la gente que hay enriquece el proyecto. La gran ventaja del cómic, esa inmediatez, va a hacer que me resulte difícil renunciar a ello aunque depende de cómo funcione la película.
P.: Hablas de falta de tiempo para llevar a cabo tus proyectos. ¿En algún momento has pensado formar un equipo de trabajo para poder sacarlos adelante?
R.: El problema es que no soy un gran guionista. Cuando escribo el guión lo voy cambiando a lo largo del tiempo. El primer guión lo voy enriqueciendo con los bocetos y la historia. Me sentiría muy impotente haciendo solo el guión. Cuando empiezo a trabajar sobre el guión lo voy retocando hasta hacer que la historia funcione. Cuando empiezo a dibujar empiezo a dudar y a cambiar. Con los diálogos pienso que las cosas no se entienden bien y los vuelvo a cambiar. Sí creo que se podía plantear en tareas como el color, pero me parece un acto muy íntimo hacer un cómic. Además, en la mayoría de los casos un cómic no te da margen económico para formar un equipo. Sí que tengo una persona que me ayuda con el color. Por el tipo de narración que uso empleo viñetas muy similares entre sí y un chico me ayuda a colorearlas a partir de las pautas que marco en una primera viñeta. Lo que me encantaría tener es alguien que me ayudase con la documentación. Me parece una parte imprescindible y cada vez me da más pereza. Estoy haciendo una historia para “El País Semanal “ y un amigo periodista me está ayudando a buscar la información y se nota.
Me gustaría montar un equipo, pero los márgenes del mundo del cómic no son los del cine.
P.: ¿Proyectos?
R.: Por un lado intentar acabar la película que me llevará mucho tiempo a lo largo de 2016. Siempre tienes más ideas que las que puedes llevar a cabo. Tengo 2 ó 3 ideas en mente pero si piensas el tiempo que tienes y lo que te cuesta hacer cada uno, sé que hasta dentro de 10 años no podré meterme en ese cuarto proyecto al que tengo muchas ganas. Para cuando salga la peli espero acabar uno de los libros y dejar el segundo encauzado.
El primero, es un disco-libro con el grupo Seguridad Social. José Manuel Casañ es un amiguete y desde hace dos años llevamos dando vueltas a hacer un proyecto en común. Él ha acabado hace un año el disco y yo llevo desde entonces dándole largas para acabar mi parte pero mi idea es retomarlo y acabarlo para antes del verano.
Hay otro proyecto de cómic que haré con un guionista. Es una idea que me parece cojonuda y será mi próximo proyecto.