Una bandera LGTB en el ayuntamiento

Así, sin anestesia, en un salto al vacío de los tiempos de la derecha santanderina que les habrá dejado exhaustos de modernidad. También sin alharacas, que no era el caso revolver con la bandera el estomago a todos esos cavernarios ultra que gustan airear su ideario intransigente por el Paseo de Pereda. No ha llegado al tamaño de las colocadas por Carmena o por Cifuentes en Madrid, ni seguro que tampoco responde a una motivación sincera de apoyo a un colectivo en constante discriminación por acción y por omisión.

Pero menos es nada, que 8 años de oportunidades para colocarla ha tenido para hacerlo sin haberlo hecho el alcalde De la Serna, que es un tío joven rodeado de colaboradores jóvenes a los que se presupone cierta andanza por los caminos de la democracia igualitaria y no discriminatoria que trajo a España la Constitución del 78. Tampoco es la cosa de la bandera para ponerse estupendo con felicitaciones autoinfringidas y sacar pecho.

Ni el gobierno local, que llega tarde y por compromiso, ni los pretendientes, que están en su obligación de reclamar los defectos. Un par de ellos han tenido la humorada de enzarzase en una burda pelea por apuntarse el tanto, que no es sólo hacer el ridículo a estas alturas con demagogia de salón, sino sobre todo faltarle el respeto a los que de verdad se merecen el reconocimiento, que no son otros que los gais y las lesbianas por aguantarles los egos y sus esperpénticos reflejos.

Al fin y al cabo, el colectivo homosexual ha estado siempre en el frente sujetando la bandera, mientras que el resto se han apuntado al bombardeo por aquello de rascar algo. A ver a cuántos de todos vemos la siguiente vez que haya que denunciar una agresión homófona de un violento en una calle, de un fascista en una tele o de un cura en un púlpito…