Mis impresiones sobre el libro “LA INTIMIDAD DE LA HISTORIA” de Elizabeth Mirabal

la intimidad de la historiaLa intimidad de la historia nos recuerda que en el pasado- asociado al polvo inerte, lo detenido- perviven personajes capaces de hablar aún. Los vemos sentados frente a sus diarios, memorias y cuadernos de notas hilando el decursar de sus vidas, casi siempre sin la certeza de la trascendencia.

Como se explica en algún momento de este libro, el término íntimo, en su origen más antiguo era el superlativo de internus, es decir, interior. A este centro sentimental, al núcleo mismo del envés de la historia se aproximan los textos que aquí se recogen gracias al empeño de la Fundación Alejo Carpentier por reconstruir la identidad de la nación.

Un auténtico desfile donde los protagonistas de las Guerras de Independencia se revelan en su arista emotiva, las figuras de segundo plano devienen testigos de hechos claves en el acontecer de la isla, mientras otros se descubren a partir de los márgenes y su condición de antihéroes o, recuperan el sitio del que fueron desplazados por un discurso excluyente. Desde un recodo testimonial, no pocos miran atrás, a su espacio familiar, para recontarnos anécdotas y pasajes de las muchas zonas de silencio de la Historia de Cuba.

MIS IMPRESIONES

 Una amiga común de la autora-compiladora de la obra, me envió un ejemplar dedicado por Elizabeth Mirabal el 20 de febrero de 2014, es decir, calentito aun de su salida del horno de Ediciones ICAIC. Mucho agradecí el gesto de Elizabeth y el de la amiga, pues me ha permitido poner a mi alcance un bello y arduo trabajo de compilación de autores conocidos personalmente o no, pero todos de prestigioso reconocimiento intelectual en Cuba. La forma en que está estructurado el libro, permite leerle en función del interés del tema, y como en mi caso, dejarle y volverle a coger para leer otro de los interesante e importantes temas que se tratan de la Historia de Cuba.

La intimidad de la historia” fue un proyecto de la Fundación Alejo Carpentier, que tuvo como “propósito recuperar la historia, dice Elizabeth en una entrevista, pero no desde los libros de texto, sino desde aquellas figuras o procesos que más bien se acercan a las memorias, a los epistolarios, a los cuadernos de apuntes, que han quedado preteridos o que no se enseñan como tal en los programas de estudio, pero que hacen la historia mucho más rica y contradictoria. Especialistas, historiadores, investigadores y filólogos analizaron desde una perspectiva intimista y humana, documentos de figuras prominentes de la historia cubana o de testigos privilegiados de acontecimientos sobre los cuales ha quedado constancia a partir de sus miradas”.

Fue un ciclo de Conferencias, la fuente y base de este pequeño-gran libro, que abrió con la disertación del historiador de La Habana, el Dr. Eusebio Leal acerca de “El diario perdido de Carlos Manuel de Céspedes”.

En estricto orden de ponencias aparecen en el Libro: “Los diarios de José Martí” por Mayra Beatriz Martínez, del CEM; “La familia en el diario de Máximo Gómez” de Antonio Álvarez Pitaluga de la UH; “Un prisionero español entre los mambises” de Pedro Pablo Rodriguez del CEM; “Morell de Santa Cruz, la Visita Eclesiástica y la Cuba del siglo XVIII” de Edelberto Leiva Lajara de la UH; “A pie y descalzo con Ramon Roa” de Raúl Roa Kouri – Exdiplomático y escritor cubano; “Mapa íntimo de Esteban Borrero” de Elizabeth Mirabal de la Fundación Alejo Carpentier y compiladora de la obra; “Una familia cubana durante la Segunda Guerra Mundial en la Unión Soviética” de Rita Vilar Figueredo, hija del líder obrero y comunista Cesar Vilar de la primera mitad del siglo XX cubano; “Yarini: ¿mito o antihéroe? de Dulcila Cañizares de la UPEC;  “Quebrar silencios y exclusiones” de Daysi Rubiera Castillo, fundadora de Centro Cultural Africano Fernando Ortiz en Santiago de Cuba; “Confesiones de un cubano” de Raúl Suarez Ramos, Fundador y Director del Centro Memorial Martin Luther King; “La comunidad hebrea en Cuba” de Jaime Sarusky Miller, escritor y periodista cubano;  “Los diarios de Eduardo Rosell Malpica: diletante, hacendado y mambí” de Mª Luisa Campuzano Sentí de la UH; “1898. Tránsito de la Iglesia Católica en Cuba de un régimen colonial y confesional a la República laica (1902)” de Monseñor Carlos Manuel de Céspedes Garcia-Menocal, Sacerdote de la Iglesia Católica, como le gustaba que le dijeran, Escritor, miembro de la Real Academia de la Lengua Española; Vicario General de La Habana y Vicario Episcopal de Marianao; y “Convicciones desde mi tiempo” de Luis Eduardo Rafael Álvarez Álvarez, poeta, crítico literario e investigador cubano.

Ante tal elenco de afamados y prestigiosos profesores e investigadores, no pude más que seguir a saltos la lectura de aquellos trabajos que más cerca estaban de mis proyectos, porque de mis intereses los eran TODOS.

Un prisionero español entre los mambises” inicialmente fue una Conferencia en la Fundación Alejo Carpentier y después capítulo del libro del Dr. Pedro Pablo Rodriguez, Doctor en Ciencias Históricas y Premio Nacional de Ciencias Sociales 2012, Director de la Edición Crítica de las Obras Completas de José Martí en el CEM. Excelente trabajo, no solo por lo novedoso, en especial para mí, sino por la forma de su redacción y detalles o subrayados que hace de esta historia, que destaca las peripecias de Antonio del Rosal Vazquez de Mondragón (Loja, Granada, 1846- Badajoz, España, 1907), en los diferentes campamentos mambises donde estuvo preso y los lazos de experiencias y vivencias con los grandes de las tropas mambisas, y las semblanzas y detalles que se relatan de ellos.  Del Rosal aporta detalles, que visto “en su conjunto, realzan el momento, pues revelan la dignidad patriótica de aquellas personas” presentándolos con “cierta solemnidad, a pesar de la precariedad de sus protagonistas” con detalles de aspectos de la vida cotidiana mambisa en la marcha, en el campamento y hasta en el combate, dice el autor.

Ante mí el relato de Antonio del Rosal, fuente de “Un prisionero español entre los mambises”, me desvelo las características físicas y la personalidad de los Grandes de nuestra independencia, en el prisionero español que tuvo contacto durante sus diferentes estadías de cautiverio, y que Pedro Pablo subraya en este capítulo.

A Antonio Maceo, lo describe como “mulato claro, joven, bien vestido, limpio, de arrogante figura y con cierto sabor de perdonavidas”, aunque al entonces brigadier se le tenía entre los soldados españoles como “el más sanguinario y cruel” insurrecto. Del entonces Comandante Limbano Sanchez dice el prisionero que es “guajiro y rudo, pero tiene un excelente corazón y es apasionado de los valientes”. Del entonces Teniente Coronel Flor Crombet, Jefe del Batallón de Tempú, dijo “es un joven de 22 años, “guapo y simpático”, “presumido y quisquilloso, pero de corazón excelente”. De Salvador Cisneros Betancourt, entonces Presidente de la República en Armas (1873-1875) hace una amplia descripción de su figura y personalidad[1]:

[…] hombre alto, flaco y velludo, muy parecido al hidalgo manchego: oprimía los nada robustos lomos de un caballo de edad madura, cojo y con una oreja cortada. El traje de este padre de los padres de la manigüera patria, era seductor: pantalón corto, tan corto, que apenas le cubría medio muslo; se conocía que en sus buenos tiempos había sido largo, solo que a consecuencia de sus dilatados servicios, había ido perdiendo, pedazo tras pedazo, todo lo que faltaba a sus perniles, para dejar a la vista de los amantes de lo bello las piernas de nuestro personaje, que si no eran bellas, eran, sí, velludas, y muy velludas. Un tosco gabán de pelo largo cubría su cuerpo, velludo también; pero no lo cubría completamente, pues ciertas roturas que lo adornaban, permitían admirar las formas de su dueño: la mayor parte de estas roturas, prestaban interinamente el servicio de bolsillo, y las ocupaban, un pedazo de periódico, un cigarro, medio plátano, un trozo de boniato y otras riquezas. Sombrero de yarey, cutaras de yagua, y una espuela, cuyo caballo, galanamente enjaezado con media manta, refrenaba con una cuerda de majagua.[2]

Me cuesta trabajo admitir, que siendo Del Rosal un preso de los mambises asistiera a la sesión de la Cámara de Representantes del 27 de octubre de 1873 donde se acordó la destitución de Céspedes. No considero consistente esa posibilidad, pero así lo relata el autor de “En la Manigua. Diario de mi cautiverio” (1875). En el análisis y resumen del libro Del Rosal, Pedro Pablo, le confiere importancia a su presencia en la Asamblea y a las descripciones que hace de los principales jefes orientales que en ella participaron: Calixto Garcia, Antonio Maceo, coronel Silverio del Prado y Belisario Grave de Peralta, además del ayudante de Céspedes, Fernando Figueredo.

Sin dudas en la historia personal del libro, Del Rosal ofrece una imagen vívida y real del sacrificio del pueblo cubano en sus diversos sectores sociales para alcanzar la independencia, subraya Pedro Pablo.

1898. Transito de la Iglesia Católica en Cuba de un régimen colonial y confesional a la República laica (1902)” fue la Conferencia de Monseñor Carlos Manuel de Céspedes García- Menocal incluida en el libro, que el autor basa en textos suyos anteriores desde 1997 en que presentó en los Cursos de Verano de la Complutense sobre “I Centenario de 1898, año clave para la historia de España, Estados Unidos y Cuba”.  El trabajo de este capítulo, tiene especial interés para mí, por diferentes razones, lazos y vínculos, y las significativas referencias e informaciones que aporta el autor, a lo largo del mismo.

Carlos Manuel precisa, apenas empezar, que la obra mas completa sobre el periodo 1895-1903 del tema que le ocupa es la del padre Manuel P. Maza[3] y la del Boletín Eclesiástico del Obispado de La Habana y del Arzobispado de Santiago de Cuba, que reflejan, más que cualquier otra publicación eclesiástica, enfatiza, las posiciones oficiales de la Jerarquía Eclesiástica en Cuba. Otra referencia de Monseñor en su trabajo lo fue el libro de Javier Rubio “La cuestión de Cuba y las relaciones con los Estados Unidos durante el reinado de Alfonso XII. Los orígenes del desastre de 1898”, que contempla la realidad enunciada en el titulo desde un ángulo eminentemente político. Fuente de inestimable riqueza fue el testimonio oral de ancianos que siendo jóvenes vivieron ese periodo y a quienes Monseñor llegó a conocer, y que la mayoría de ellos eran católicos, e incluso algunos sacerdotes que directa o indirectamente conocieron a los protagonistas eclesiales de aquel periodo.

Cualquier análisis, señala el autor de la ponencia, debe partir de que España, desde los orígenes del estado monárquico y unitario, contaba con la Iglesia Católica como uno de sus pilares. La Iglesia de Roma, en España, especialmente y en Cuba, su extensión colonial, y en Estados Unidos tenia diferentes formas de incidencia/presencia, pero en TODOS ejerció una influencia importante.  En España y sus territorios incorporados como consecuencia del proceso de “descubrimiento, conquista y colonización”, la Iglesia desde el Papa Alejandro VI Borgia hasta el final del dominio español, bajo el Régimen de Patronato Regio, desde el principio del siglo XVI, bajo el cual se implanto, vivió y desarrollo la Iglesia Católica en Cuba.  Precisa Monseñor Céspedes: “No podemos dejar de tener en cuenta esa realidad, la del Patronato Regio, si pretendemos entender, sea parcialmente, las dificultades de articulación de la Iglesia Católica en una sociedad, en principio republicana y laica, como fue primero soñada u luego organizada por los cubanos para nuestra Isla”.

“Los cubanos ilustrados iniciaron su pensamiento original acerca de Cuba, señala el autor, precisamente en el transito del siglo XVIII al XIX: tradición católica y pujante pensamiento ilustrado en difícil matrimonio, en el que no podrían faltar, junto a los amores entusiastas, las mas arduas y penosas contradicciones”.  Monseñor Céspedes acuña en este trabajo, y en otros de su bibliografía un concepto de la patria que sintetiza en tres estadios: Casa Cuba, la Nave Cuba y el Árbol Cuba.

La Casa Cuba, según su definición, fue un parto laborioso, que él consideraba “aun hoy incompleta y un tanto maltrecha, pero con signos evidentes de solidez creciente”.

La Nave Cuba, dice: “vacila en su rumbo marinero pero ya se percibe la ruta propuesta con mayor seguridad.

El Árbol Cuba, afirma, “echa mejores raíces, robustece el tronco y, carente de carcoma, se nos hace mas solido y por lo tanto, ya va siendo más umbroso”.

Valora en su trabajo el “notable pluralismo político en el seno de la Iglesia Católica en Cuba, en España, en los Estados Unidos de Norteamérica y, en cierta medida, también en la Santa Sede”. Precisa, que aunque fuese entre telones, la Santa Sede también entro en la liza de los encuentros de Paris, y “estuvo muy atenta a la evolución e intervino activamente en lo que le correspondía”, buscando que “de las decisiones que se tomaran dependería en buena medida la vida de la Iglesia Católica de Cuba”.

No olvida en su trabajo, el vínculo especial histórico entre la Iglesia Católica en España y la Iglesia Católica en Cuba. Un vinculo que Monseñor señala como “un vinculo casi inefable e inasible, que trasciende las relaciones políticas y las económicas, y depende del finísimo, pero sólido, tejido de parentescos y relaciones personales, elaborado por las migraciones españolas a Cuba en el siglo XIX”. Como demostró el profesor Moreno Fraginals en su libro “Cuba-España, España-Cuba. Historia común”, que sin dudas demuestra que imposible profundizar en la historia de Cuba en ese siglo sin apelar a la de España, y viceversa.  Precisa con fuerza el autor: “Como ultimo peldaño de este proemio tomo en cuenta un rasgo peculiar. Cuba – y no las repúblicas del continente – vivió la experiencia del siglo XIX como parte de España, como provincia de Ultramar, casi siempre mal gobernada, como mal gobernada estuvo España en esa época, pero era parte de España al fin y al cabo. La modernidad a la española llego a Cuba gracias a que éramos un territorio del Imperio colonial español, y debido a la situación geográfica y a las también especiales relaciones con los Estados Unidos de Norteamérica nos llegaron efluvios de la modernidad propios de ese mas, de matriz anglosajona. Y al mencionar la modernidad, precisa Monseñor, no podemos eludir la realidad de la masonería, liberal y moderna, desde el siglo XVIII, a lo largo del XIX y, en parte, hasta nuestros días, con un peso incalculable en el desarrollo de los acontecimientos que ahora contemplamos”.

La presencia negra en el Ejercito Libertador y, en el ámbito cultural y religioso, es destacada por el autor, porque le considera de primera importancia, “en esa múltiple y pluriforme imbricación”. Y precisa, ya “en el siglo XIX, Cuba era mestiza. EN el siglo XXI lo sigue siendo y con incrementos”.

Un apartado especial lo dedica el autor a lo que denomina “La madeja de las guerras de independencia”, la de 1868 a 1878 “Guerra de los Diez Años”, que considera un paso positivo en “la lenta maduración política de los independentistas cubanos”, pero se centra en lo que denomina “la urdimbre de la Guerra del 95, la de la independencia política de España”. La Iglesia Católica en su tránsito desde el régimen colonial confesional, bajo el Régimen de Patronato Regio, a la formación de la República laica, pasando por la intervención norteamericana, era partidaria del mantenimiento del statu quo, con contradicciones evidentes en su jerarquía de Santiago y de La Habana.

Aunque canónicamente el arzobispo de Santiago tenía una posición más elevada pues era arzobispo Primado de la Isla, pero el de La Habana, estaba en la ciudad capital, tenia mayor peso especifico en la vida real del país, precisa. Las contradicciones del entonces obispo Santander, el de la Habana, fueron muchas, y el autor subraya dos: “Por ejemplo en la Carta Pastoral de Cuaresma del 15 de marzo de 1898 llega a afirmar que casi todos los cubanos van en pos de Satanás, no de Jesús. Compárese con la Carta Pastoral de 9 de junio de 1899, ya terminada la guerra, escrita a los quince meses de la citada anteriormente. El obispo hace ahora una presentación del catolicismo del pueblo cubano que contradice la carta anterior: El pueblo cubano es profundamente religioso y ama con preferencia la religión católica, como hemos tenido ocasión de observar en nuestra pastoral visita. El cubano se ofende si se duda de catolicismo y rechaza al ministro protestante[4]”.

Concluye Monseñor Céspedes su ponencia, incluyendo lo que el denomina “cuatro realidades muy relacionadas con la Iglesia Católica en Cuba”:

  1. El Vaticano y, muy concretamente la persona de S.S. León XIII, Sumo Pontífice de 1878 a 1903, Los vínculos de la monarquía española con el Estado Vaticano eran muy estrechos. Había una amistad personal de León XIII con la Reina Regente, María Cristina de Habsburgo, segunda esposa de Alfonso XII y Regente durante la minoridad de Alfonso XIII – el hijo póstumo del rey anterior -, cuyo padrino era precisamente el Papa León XIII. […] Añádase a este ingrediente personal, el político: el Papa contaba con el apoyo de España en la todavía entonces muy candente “cuestión romana”. […] La perplejidad ante la “cuestión cubana” se incrementaba por la circunstancia de que, a los ojos del Santo Padre, el catolicismo norteamericano ya se había contagiado por el pecado ideológico de considerar la democracia propia de aquel país, la separación de la Iglesia y el Estado y la tolerancia para con las otras confesiones cristianas, llamadas despectivamente sectas religiosas, como un régimen superior al de la mayoría de las naciones de Europa. Este estado de opinión de los católicos norteamericanos, que tenia una fuerte influencia sobre el catolicismo de los criollos cubanos, fue condenado por León XIII[5],[6] en su Encíclica Testem benevolentiae en 1899, o sea, inmediatamente después de la Guerra de Independencia de Cuba, durante el periodo de transición.
  2. La Iglesia Católica en España y, de manera muy notable, la mayoría de los obispos españoles del momento: “exhortaron a la participación en la guerra como quien invita a tomar parte en una cruzada contra infieles” …
  3. Muy poco tiempo después de la guerra, en la organización del transito hacia una nueva situación, el estimulo para el regreso a Cuba de españoles y de sus capitales, cuando los habían retirado, funcionó como un resorte de peso a la hora de tomar decisiones[7].

Después de la Guerra de Independencia, “en 1898, cuando las tropas españolas, dice el autor, se rindieron ante las norteamericanas, nadie podía predecir con exactitud cual sería el destino político de Cuba”. Y puntualiza a renglón seguido, “se abrían tres posibilidades: a) una, poco probable pero seriamente considerada: que Cuba, comprada por España a los Estados Unidos, volviera a estar bajo dominio español, con un estatuto autonómico mas o menos efectivo; b) que Cuba fuese incorporada a los Estados Unidos, bajo una u otra forma jurídica de anexión todavía por determinar[8]; c) que el gobierno de los Estados Unidos, luego de un periodo de intervención militar para establecer la normalidad civil y organizar los servicios públicos y los partidos políticos, convocase una Asamblea Constituyente y, posteriormente, a elecciones políticas y otorgase la independencia a la Isla, organizada ya como republica democrática, con un nivel impreciso de dependencia”.  Esta fue la decisión que finalmente Washington tomó con respecto a Cuba y Madrid aceptó.

 La actitud norteamericana fue de disminución de la “simpatía” por los cubanos, dice el autor, e incrementar la afinidad con los derrotados españoles.

Todo lo demas es historia conocida: vivida y sufrida. 20 de mayo de 1902, Cuba obtiene su “independencia” de los Estados Unidos, con la imposición de una conditio sine qua non: la Enmienda Platt[9]… que “el pueblo cubano se manifestó enardecido ante la decisión de Washington; una decisión que malograba la independencia conquistada con tanto sacrificio. Airadas y masivas manifestaciones se sucedieron una tras otra. No obstante, después de intensos y acalorados debates, la Asamblea Constituyente cubana aprobó por escaso margen de votos la inclusión de la enmienda en su Carta Magna”[10].

Pero en 1898, dice Monseñor Céspedes en su Conferencia, no se podía precisar todavía cual sería la suerte de Cuba. Y puntualiza: “resultaba muy difícil para la Santa Sede y para los Estados Unidos, saber con exactitud que pensaba el pueblo cubano. […] Quienes tienen la posibilidad de ser escuchados, no siempre reflejan la opinión de la mayoría de la colectividad…”. Ante esta situación la Santa Sede consideró oportuno designar un Delegado Apostólico en Cuba, que fuese norteamericano, pero de lealtad probada a la Santa Sede e identificado como hombre perspicaz, capaz de discernir entre los intereses de Cuba, de España, de los Estados Unidos y, por supuesto, de la Santa Sede. El elegido fue monseñor Placide Chapelle[11], arzobispo de Nueva Orleans, francés de nacimiento y norteamericano por naturalización.

A la Santa Sede le interesaba sobre manera, subraya el autor, que tanto el Delegado Apostólico como los nuevos obispos que serian designados, en dialogo con los responsables de legislar para la nueva situación, resolvieran el “delicado problema de las propiedades de la Iglesia en Cuba”, que se venia arrastrando desde la desamortización de Mendizábal en 1840.  Tema que se dilató en encontrar una solución suficientemente satisfactoria para las partes hasta los años ochenta del siglo XX.

La “desespañolización de la Iglesia era importante para poder establecer una relación pastoral de cercanía entre los obispos, los sacerdotes y los laicos. En esa línea, el propio Monseñor Chapelle consagro al nuevo obispo de Santiago de Cuba al sacerdote cubano, monseñor Francisco de Paula Barnada y Aguilar[12].

La diócesis de La Habana era deplorable, tanto por la situación material de los templos y la escasez de sacerdotes, no tan alarmantes como en la de Santiago, en ambas diócesis, dice el autor: “la moralidad del clero dejaba bastante que desear, tanto por el aspecto sexual, como en todo lo relativo a las exigencias de dinero por los servicios pastorales.

El problema de las propiedades eclesiásticas, se dejó “prácticamente concluida” durante la segunda intervención norteamericana de 1908, aunque la solución de manera totalmente satisfactoria duro setenta años, como expuso Monseñor Céspedes, “ya que la cantidad en efectivo, incluida en la solución, quedó bajo la administración de la Santa Sede y de la Arquidiócesis de Nueva York, no de los obispos cubanos, que solamente recibirían parte de los intereses que devengara dicha cantidad; situación que subsistió hasta hace muy poco tiempo y que ha sido considerada históricamente como desconfianza en la capacidad de los cubanos para esos menesteres, o sea, para la administración del noto fondo”.

A modo de epilogo de su Conferencia, Monseñor Céspedes, precisa que los “laberintos políticos y eclesiásticos reseñados se “imbrican recíprocamente” como realidades, lentes, espejos e imágenes, que se proyectan una sobre la otra como causas y efectos que se nutren y retroalimentan uno a otros”. Y señala párrafos mas abajo, que: “El tono de la Iglesia Católica en Cuba siguió siendo españolizante – con sus errores y aciertos, sus pecados y sus virtudes – durante varios decenios”.  Y precisa: “Los hombres que conformaron la cultura, oficial o no, en la Cuba republicana de los primeros tiempos, eran ajenos a la Iglesia Católica, cuando no hostiles a ella”, y como ejemplos paradigmáticos del laicismo “criollo” mencionó a Enrique Jose Varona, Medardo Vitier y Don Fernando Ortiz”.

Con una bella frase cierra su Conferencia: Se fueron consolidando los puentes de comunicación y dialogo entre la Iglesia y los sectores más significativos. “Esperamos que lo siga siendo para logar el mayor henchimiento posible de nuestra Casa Cuba hasta que llegue a ser el hogar capaz de dar albergue a todos los cubanos”.

Este excelente trabajo de compilación de Elizabeth Mirabal, “La intimidad de la historia” que ella enriquece con su aporte sobre “Mapa íntimo de Esteban Borrero[13] que nos muestra con bellas pinceladas el legado poético y talento de este grande de las letras cubanas, de gran intuición medica y sus sufrimientos por una independencia truncada en la que llego a entregar grandes esfuerzos y alcanzar el grado de Comandante del Ejército Libertador. Su libro “El amigo de los niños”, fue durante muchos años libro de textos de la Enseñanza Primaria.  Triste final que le lanza a los claroscuros de la historia al que son confinados los suicidas, a pesar de ser un héroe luminoso por sus méritos propios, señala la autora.

Agradezco el regalo de este libro, y mas aun lo enriquecedor de su lectura, que pasa a ocupar un sitial importante en la estantería de mis libros de la historia de Cuba, aquí narrada por grandes de nuestro tiempo.

Jorge A. Capote Abreu

Santander, 10 de noviembre de 2020

[1] Transcribo textualmente lo que el Dr. Pedro Pablo Rodriguez, incluye en su Ponencia y Capitulo del Libro

[2] Del libro “En la manigua, diario de mi cautiverio” de Antonio del Rosal Vazquez de Mondragón, publicado en 1876 en Madrid por la Imprenta Bernardino y Cao, pp.141-142.

[3]Entre la ideología y la compasión: Guerra y paz en Cuba, 1895-1903: Testimonios de los Archivos Vaticanos”. Por Manuel P Maza Miquel, SJ. (Santo Domingo, República Dominicana: Instituto Pedro Francisco Bono. 1997. 

[4] Esta Carta Pastoral, según Monseñor Céspedes, ya no es la exhortación a las practicas cuaresmales, sino la intervención norteamericana y la llegada a Cuba de numerosos ministros protestantes, favorecidos por los interventores de los Estados Unidos.

[5] El Papa León XIII, durante la guerra, precisa el autor, tuvo una fuente muy especial de informaciones: su sobrino el conde Pecci, casado con la hija del Presidente de la Compañía Trasatlántica Española, contratada entonces por el gobierno español para facilitar el traslado de las tropas a Cuba.

[6] No olvidemos, precisa el autor, que José Martí admiraba a León XIII y escribió un precioso texto positivo acerca de él; Martí si comprendió las circunstancias y fue capaz de alabar con una hermosísima prosa poética al Pontífice que bendecía a los enemigos de la guerra que el propio Martí estaba organizando. Lo sabemos: nuestro José Martí jamás escribió o hablo mal de nadie y no hubo situación que se esforzase en comprender con generosidad. Además, una vez terminada la guerra, León XIII fue el “único soberano” que intervino con diversas potencias mundiales del momento – incluyendo a España – para que los cubanos fueran participantes, no solo observadores, en las conversaciones y acuerdos que culminaron en el Tratado de Paris.

[7] No se puede olvidar que los españoles que contaban con un capital significativo en Cuba experimentaban una mayor confianza en la presencia tutora norteamericana, que en una total independencia cubana.

[8]  Esta posibilidad contaba con apoyo en Cuba, Estados Unidos y hasta en España, como “mal menor” …

[9] La Enmienda Platt fue un apéndice votado en 1901 por el Congreso de los Estados Unidos y agregado a la Constitución de Cuba de 1901. Durante el gobierno de Estrada Palma y en el período de la primera ocupación militar estadounidense en la isla (1899-1902), para responder a los intereses estadounidenses en Cuba tras la independencia de la isla (1898). Estuvo vigente hasta 1934.

[10] Lic. Vladimir Wolters – Colaborador de la Red Federal de Historia de las Relaciones Internacionales Departamento de Historia IRI – UNLP

[11] El arzobispo Placide Louise Chapelle (1842-1905) fue un arzobispo católico romano francoestadounidense. Fue designado por León XIII a la Arquidiócesis de Nueva Orleans al mismo tiempo desde diciembre de 1897. Al año siguiente se convirtió en delegado apostólico en Cuba y Puerto Rico y en enviado extraordinario en Filipinas.

[12] la Iglesia regaló a Cuba la novedad de un episcopado nativo, Mons. Francisco de Paula Barnada y Aguilar, primer arzobispo de la arquidiócesis santiaguera, quien pidiera al papa Pío X, el 25 de octubre de 1905, solo tres años después de proclamada la República de Cuba, que declarara oficialmente a la Virgen de la Caridad como patrona de la joven nación; petición que se repitió, con la ayuda y el apoyo de Mons. Giuseppe Aversa, delegado apostólico de la Santa Sede, el 29 de agosto de 1906.

[13] Esteban Borrero Echevarría. Profesor, médico y poeta camagüeyano, es uno de los grandes intelectuales de la historia de Cuba; su pensamiento y acción constituyeron valiosas ofrendas en beneficio de la Patria. Además, es reconocido como autor de la primera concepción moderna del libro de cuentos en Cuba: Lectura de Pascuas y se le considera uno de los precursores del Modernismo latinoamericano.