
“LA HORA FINAL DE CASTRO: La historia secreta detrás de la inminente caída del comunismo” de Andres Oppenheimer – Javier Vergara – Editor, S.A. – ISBN: 950-15-1243-6
En 1993, el periodista argentino Andrés Oppenheimer publicó un libro emblemático llamado: “La hora final de Castro. La historia secreta detrás de la inminente caída del comunismo en Cuba”.
El periodista se basó en seis meses de estancia en Cuba, más de 500 entrevistas, contactos con la oposición y con altos funcionarios del régimen.
El libro que supera las 400 páginas fue presentado en Madrid. El País da cuenta en esa fecha que el coganador en 1987 del Premio Pulitzer por su cobertura del escándalo Irán-Contra encontró un panorama devastador en la isla.
El periodista tiene una mirada crítica de Cuba. No hace cábalas, pero deja sentir que el final estaba cerca y, según como se analice el contenido, quizás Andrés Oppenheimer se equivocó. La hora final de Castro no llegó en 1993. Tampoco diez años después. Pero un día llegó.
“El mejor servicio que puede hacer el buen periodismo no es opinar; sino anotar, investigar, ver la otra cara del país y contarlo”, dijo Andrés Oppenheimer.
El libro es una lectura recomendada para periodistas interesados en la gran reportería. Muy al margen de la posición ideológica del autor, la historia tiene gran relevancia.
MIS IMPRESIONES
Aprovechando las exigencias de confinamiento “cuasi total” al que el recrudecimiento de la Pandemia del COVID-19 nos obliga y más con la aparición de la variante Ómicron[1], más peligrosa que su anterior “variante Delta”, me di a la tarea de releer este libro de Oppenheimer: “LA HORA FINAL DE CASTRO: La historia secreta detrás de la inminente caída del comunismo” que compré y leí en los años noventa, cuando la caída del muro de Berlín y la desaparición de la Unión Soviética y del CAME hizo profunda mella en la economía cubana y era previsible que colapsara sin alternativas. El Periodo Especial en tiempo de paz[2] y la Opción Cero[3], fueron una respuesta dramática pero urgida por el recrudecimiento del cruel bloqueo de EE.UU. y estas nuevas condiciones creadas con la desaparición de los países socialistas y los suministros estables y vitales para la economía cubana.
Quise releer este libro de Oppenheimer, porque tras 30 años de su vaticinio, ahí está Cuba luchando con adversidades crecidas e inconvenientes como nunca antes se han vivido y esta visión de mis años, me hacen aflorar que su “historia secreta detrás de la inminente caída del comunismo en Cuba”, ni es secreta, ni es historia. Porque lo que ha sucedido es que a pesar de los tumbos en su rumbo se han sorteado, con mayor acierto o no, los inmensos tropiezos impuestos, más por el estrangulamiento del bloqueo norteamericano que, por los errores y desaciertos de la administración cubana.
Me sorprendió en esta relectura que, no obstante lo exagerado de algunas cifras en los datos oficiales sobre los logros de la revolución, muchas de aquellas cifras seguían manteniéndose e incluso incrementándose en campos como la mortalidad infantil o el crecimiento en la formación de médicos o de docentes cubanos. Por no destacar los muchos otros renglones donde las cifras cubanas seguían a la cabeza, no solo de muchos países latinoamericanos, sino al nivel de países más desarrollados y no bloqueados del resto del mundo.
Siguiendo la trayectoria de algunas entrevistas del autor a dirigentes cubanos de entonces, que de alguna forma había conocido o relacionado en mis años de trabajo en la JUCEPLAN o en el Ministerio de la Construcción, me centré en ver la de una figura, singular sin dudas y, de importante relevancia en la dirigencia político-económica de Cuba, el Dr. Carlos Rafael Rodriguez, citado en diez ocasiones en su texto.
Releí, con especial interés, todo lo relativo a la visita del entonces presidente soviético, Mijaíl Gorbachov a Cuba el 2 de abril de 1989, que marcó el comienzo del abandono económico de la URSS a Cuba. Mientras Gorbachov y Fidel recorrían diferentes lugares de interés económico y social, Carlos Rafael se reunía con el vicepresidente soviético Vladimir M. Kamentsev, para discutir el próximo acuerdo económico quinquenal entre los dos países. Las delegaciones de ambos países, se sentaron frente a frente, con todas las formalidades protocolarias, relata el autor. “Apenas comenzó la reunión, precisa, el grupo soviético informó que debía haber un cambio importante en los vínculos económicos entre los dos países. La Unión Soviética quería que Cuba comenzara a pagar los productos soviéticos en dólares. Era necesario reducir los subsidios. Debía disminuirse el desequilibrio comercial. Pronto se enviaría a Cuba una delegación con el fin de discutir los detalles”. Comenzaba el Periodo Especial.
Este anuncio se sumaba a los que Cuba estaba recibiendo de otros miembros del CAME (COMECOM)[4], “A menos que Cuba pagara más – y en dólares americanos -, se cancelarían los envíos a la Isla, precisa el autor. Era la tuerca que se necesitaba para la dramática situación que obligaría a la Opción Cero.
Créanme que cuando releía estas páginas, volvieron a pasar por mi mente las imágenes de una caída del Muro de Berlín, que pude ver en directo por TV en París, donde estaba por motivos de trabajo. Recuerdo las angustiosas circunstancias que aquellos acontecimientos acarrearían a la Isla y su dependencia del bloque del CAME. “Hungría, dice el autor, acababa de presentar un ultimátum a Cuba, si los cubanos no pagaban un 20% más que el año anterior por los ómnibus Ikarus que se usaban en la isla para el transporte urbano y un 40% más durante los cinco años siguientes, se rescindiría el contrato”. Esto para el debilitado y carente sistema de transporte urbano de las grandes ciudades, era “el puntillazo”[5] (en términos taurinos).
Gorbachov, relata el autor, realizó una sola y breve referencia publica a las nuevas exigencias de Moscú en su alocución ante la Asamblea Nacional del Poder Popular, afirmó que los vínculos económicos soviéticos-cubanos debían “llegar a ser más dinámicos, más eficientes y producir mejores resultados para nuestras economías”. Los funcionarios cubanos comprendieron claramente el mensaje. “La fiesta había llegado a su fin”, sentencia el autor.
Cuando en 1990 en Sofia (Bulgaria) terminaba la cuadragésima quinta conferencia del CAME que aprobó cambios radicales, adoptando oficialmente en lo adelante las transacciones en divisas, es decir, adoptaba las normas comerciales del mundo capitalista. Eso era demoledor para la economía cubana, el peso cubano no era convertible con las monedas occidentales. Cuba necesitaba se le eximiera de las nuevas normas y con urgencia. “El vicepresidente Carlos Rafael Rodriguez, que encabezaba la delegación cubana a la asamblea del CAME, dice el autor, llamó a un lado al primer ministro soviético Nikolái Ryzhkov al cabo de la primera sesión. Rodriguez de setenta y seis años, el principal vínculo de Castro con Moscú desde los primeros tiempos de la revolución cubana, pidió a Ryzhkov la oportunidad de reunirse en privado” El cubano pidió un periodo de gracia para Cuba. “Dijo que Cuba era un caso especial; que mantenía una relación especial con la Unión Soviética. El Kremlin no podía suspender de la noche a la mañana tres décadas de cooperación. Había que hacer cambios de manera gradual”.
La máquina desbastadora de las consecuencias de las nuevas circunstancias, tuvieron en la forma del acuerdo entre Konstantin Katushev ministro de Comercio Exterior soviético y Ricardo Cabrisas ministro de Comercio Exterior de Cuba el sábado 29 de diciembre de 1990, que reflejaba la nueva política económica del Kremlin y sus efectos dramáticos sobre la economía cubana. Se presentaba un escenario de “caos absoluto”, producido ahora por los países que habían sido apoyo y sostén de la economía cubana.
“Carlos Rafael Rodriguez, vicepresidente de Cuba y quizás el hombre más sincero del círculo interior de Castro, precisa el autor, fue más directo: – La palabra que define la relación actual de Cuba con la Unión Soviética es incertidumbre – dijo -. No sabemos qué sucederá a la larga. La única certidumbre es que, en el futuro inmediato, la situación empeorará”.
Desgrana el autor ejemplos diversos de artículos de uso familiar e industrial, que el doble bloqueo – ahora producido por la caída del bloque soviético y las nuevas condiciones impuestas, habían causado.
Incrementos de acciones asociadas de agencias noticiosas como Novosty o las revistas Sputnik o Novedades de Moscú, exacerbaban el culto a la nueva configuración capitalista de los antiguos países del bloque soviético[6]. Eso unido a la retirada de la presencia soviética en todos los ámbitos de forma constante y discreta pero perceptible. El autor señala, fruto de sus entrevistas e indagaciones, que durante todo ese periodo, “no había logrado minar la pasión de los cubanos por la cultura norteamericana”.
El autor dedica muchas páginas en describir los casos extremos de las principales consecuencias de desabastecimiento en centros hospitalarios y de producción que las nuevas circunstancias del doble bloqueo imponían. “La nueva crisis económica y el vacío ideológico afectaba – más que a nadie – a la juventud de la Isla, subraya el autor. En 1991 más del 55% de la población cubana había nacido después de la revolución. Los jóvenes, precisa, de catorce a veintinueve años constituían el 45% del sector laboral de la Isla.”
La realidad social cubana de la década del 90 era bien distinta a la del 60, “la migración a las ciudades había crecido enormemente, dice el autor, al extremo de que más del 70 % de la población ahora vivía en áreas urbanas. […] La mezcla racial del país también había cambiado: Cuba se había convertido en un país significativamente más oscuro”[7]. […] Y precisa “Uno podía detenerse en una esquina de La Habana y advertir una diferencia sustancial entre la gente que pasaba por la calle y los exiliados que uno veía en una esquina similar de Miami. La mayoría de la gente en las calles de La Habana eran negros o mulatos” […] Según los cálculos extraoficiales, los negros y mulatos de los años noventa constituían alrededor del 58% de la población total de Cuba, en comparación con el 45% en 1959. Inversamente, más del 95% del millón de exiliados en Estados Unidos eran blancos”.[8]
La inestabilidad de la URSS, el intento de golpe y los últimos actos de Gorbachov[9] habían encaminado lo que al final sucedió: “Yeltsin tomo las riendas y anuncio ante más de cien mil moscovitas que la bandera roja soviética con la hoz y el martillo sería remplazada por la vieja bandera rusa de colores rojo, blanco y azul.” Las estatuas de Lenin y de Dzerzhinsky fueron derribadas y por órdenes de Yeltsin, el Partido Comunista soviético fue desmantelado y declarado ilegal y los cinco mil edificios del Partido fueron confiscados.
Yeltsin, simultáneamente el salvador y el némesis de Gorbachov, estaba aprovechando su nueva posición para firmar decretos a diestra y siniestra y para actuar como líder de facto de toda la unión, dice el autor.
“Pocos días después, dice el autor, mantuve una conversación con el vicepresidente de Cuba, Carlos Rafael Rodriguez, un político marxista de setenta y siete años que había capitaneado las relaciones de Cuba con el Kremlin durante casi cuatro décadas. Rodriguez, que había sido un líder comunista desde mucho antes que Fidel abrazara públicamente el socialismo, era ahora un alto miembro del Buró Político y una de las mentes más respetables en el circulo interior de Castro. Al final de su vida, estaba viendo como el ideal al que se había consagrado desde joven se derrumbaba en el mundo entero. Pregunté: ¿No se siente desbastado? “Créalo o no, estoy menos sorprendido que otros”, me dijo el veterano líder partidista, con una mirada firme tras sus gruesos lentes. “Conocí ese sistema mejor que otros. Hace años que yo ya estaba desilusionado con eso, pero no podía decirlo públicamente. Cuando al fin se derrumbó, yo no estaba entre los sorprendidos.”
En las calles, Cuba estaba descendiendo vertiginosamente a la Opción Cero advertida por Castro, dice el autor y relata algunos ejemplos de sus últimas visitas, apostillando: “La corrupción y el mercado negro se habían extendido más que nunca”.
Un capítulo completo dedicó Oppenheimer al IV Congreso del PCC en Santiago de Cuba en octubre de 1991, donde quizás consideraba el autor que se produciría el desenganche de la dirigencia de la revolución aprovechara el Congreso para promover un cambio en Cuba desde el interior del Partido Comunista. Fue todo lo contrario. No iba a traicionar al pueblo cubano del modo en que el liderazgo del Kremlin había abandonado al pueblo soviético. El PCC continuaría garantizando la independencia de Cuba del imperialismo yanqui, con un estandarte: “Nuestro deber más sagrado es salvar la patria, la revolución y el socialismo”.
Hablando de que los colaboradores más estrechos de Castro no lo contradecían, sobre todo en asuntos en que él tenía convicciones muy firmes, el autor menciona a Celia Sanchez, “su devota secretaria y compañera de la Sierra Maestra”. Ella había sido su ayudante personal más estrecha – y su principal vínculo con la realidad -, precisa, hasta su muerte por cáncer en 1980. El mismo año, Haydée Santamaria, otra querida amiga que lo había acompañado desde los tiempos del ataque al Cuartel Moncada y que se atrevía a contradecirlo abiertamente cada vez que discrepaban, se había suicidado. Y continua apuntando, “Después de perder a las mujeres a quienes más respetaba, Fidel se había convertido en un hombre cada vez más distanciado de la realidad y absorto en sus propios pensamientos. Sólo Carlos Rafael Rodriguez, el casi octogenario fundador del Partido Comunista, a veces contrariaba a Fidel – cortésmente- en reuniones cerradas. Pero Carlos Rafael era ya un hombre viejo y su salud estaba en franco deterioro. No estaba como para meterse en líos con el Comandante”.
Oppenheimer en su libro se empeña en encontrar la piedra filosofal de una pregunta: “¿Qué posibilidades tenía la revolución cubana de sobrevivir a Fidel?”. Veía pocas, a menos que el líder cubano se decidiera a hacer grandes reformas, y pronto.
Han pasado más de 30 años y su vaticinio sigue sin cumplirse, quizás porque cierto es que hay factores objetivos que tienden a confundir al pronosticador, y es que también existen factores subjetivos presentes en el contexto socio-económico, que no pueden ni obviarse ni minorarse al hacer un pronóstico. Quizás ese fue el desacierto de la sentencia de inminencia dada por el autor para la caída del comunismo en Cuba.
En toda la problemática cubana, aunque tristemente no siempre se destaca como primera causa, está el cruel y recrudecido bloqueo de más de 60 años impuesto por el país más poderoso de occidente, los EE.UU., a una pequeña Isla de 110 000 km2, repartidos en un archipiélago caribeño, carente de grandes riquezas, más allá de su pueblo hospitalario. Un bloqueo cuyas consecuencias desastrosas aún están por definirse. Existen, desde luego un grupo nada despreciables de desaciertos y errores de la administración cubana, de múltiples características, pero créanme que aunque emocionalmente pueden encolerizar al más insensible, no son la causa principal del ahogo y asfixia económica y funcional de la Cuba actual.
Enhorabuena, al autor, por su trabajo de periodismo de investigación y sus valiosas observaciones, pero su Castro’s final hour: the secret story behind the coming downfall of communist Cuba, esta aún por llegar, y ello solo lo determinará el pueblo cubano.
Jorge A. Capote Abreu
Santander, 1º de enero de 2022
“El día en que se celebran los 63 años de la llegada al poder de la Revolución Cubana”.
[1] La variante ómicron del COVID-19, que surgió en el sur de África a fines de noviembre, ahora se extendió al menos a 55 países de todo el mundo, incluido el Reino Unido.
[2] El período especial en tiempos de paz de Cuba fue un largo período de crisis económica que comenzó como resultado del colapso de la Unión Soviética en 1991 y, por extensión, del CAME así como por el recrudecimiento del embargo estadounidense desde octubre de 1960
[3] Opción Cero fue como se dio a conocer la drástica coyuntura de pobreza energética a la que hubo de hacer frente Cuba en los años noventa.
[4] El COMECON (por sus siglas en ruso, Consejo de Ayuda Mutua Económica) fue una organización de cooperación económica. Esta surge tras la Segunda Guerra Mundial, componiéndose por la unión de países comunistas, en torno a la URSS. … Dicha organización se disuelve en 1991.
[5] golpe de gracia (revés que completa la desgracia).
[6] El autor remarca en una nota a pie de página una alocución de Fidel al respecto, cuando dijo “ahora nos llega información venenosa del propio Espíritu Santo”, según los dos influyentes miembros del Partido Comunista que vieron las cintas de videos dirigidas al PCC.
[7] Páginas 324 y 325.
[8] En el Censo de 1990, del total calculado de 950,000 hispanos del Condado de Dade, la mayoría de ellos cubanos, solo 28,372, eran negros. Citado en “¿Es la Cuba de hoy una Cuba negra?” por Miñuca Villaverde, El Nuevo Herald, 3 de marzo de 1992.
[9] Confirmó el 11 de setiembre de 1991, el retiro de la brigada de combate soviética de 2.800 hombres destacada en Cuba.