MIS IMPRESIONES SOBRE EL LIBRO “EL ARTE DE SOBREVIVIR” de Arthur Schopenhauer Editorial Herder.: – ISBN: 978-84-254-4223-0
SINOPSIS
Obra editada por Ernst Ziegler. En la obra de Arthur Schopenhauer, pensador misántropo y pesimista denostado por sus amargas invectivas, el lector no encontrará cándidos pensamientos con los que acompañar plácidamente el paso de los días. Sin embargo, se equivocará si busca en el autor tan solo una amarga visión de la vida, severos diagnósticos sobre la época que le tocó vivir o incluso, en último término, una exhortación al suicidio. Como muestra la presente selección de textos, a cargo de Ernst Ziegler, lo que brota de su pensamiento es la convicción de que debemos comenzar a vivir de nuevo cada día, pues resulta todo un arte permanecer con vida.
“La única forma de existencia es el momento presente, que es también la posesión más segura, aquella que nadie nos podrá arrebatar jamás”. Arthur Schopenhauer
MIS IMPRESIONES
De vez en cuando leo algo de los grandes filósofos alemanes del XIX, porque dan sustancia a pensamientos y reflexiones de los que carecemos hoy, en donde la cotidianidad nos invade de inmediatez y modernez que nos alejan de la reflexión y la meditación sobre lo más profundo del SER.
Schopenhauer[1] es uno de los filósofos más destacados del pensamiento alemán. Su filosofía, concebida esencialmente como un pensar hasta el final de la filosofía de Kant, es deudora de Platón y Spinoza, sirviendo además como puente con la filosofía oriental, en especial con el budismo, el taoísmo y el vedanta. Su filosofía culmina con el ideal budista del nirvana, serenidad absoluta. Quizás sea por este sesgo de su filosofía por lo que siempre he sentido atracción con su pensamiento, aunque no es fácil encerrarle en un esquema único y concreto.
Los subrayados son de mi autoría, para remarcar aquello que considero trascendente del pensamiento del filósofo.
“El Arte de Sobrevivir” es un pequeño libro de mucha enjundia, que obliga al lector, en varias ocasiones a leer y releer sentencias del filósofo para captar el sentido profundo de sus mensajes. Muchos de los detalles de sus pensamientos están en las cartas que su madre y, en especial su hermana Adele,[2] le escribieron y que se han conservado.
En Senilia, el libro que Schopenhauer comenzó en Frankfurt en abril de 1852, dice: “El mundo no ha sido creado, porque, como dice Ocellus Lucanus[3], ha existido desde siempre; consecuentemente esto se debe a que el tiempo está supeditado al ser cognoscente, y con ello al mundo, como el mundo al tiempo. El mundo no es posible sin el tiempo, pero el tiempo tampoco sin el mundo. Ambos son inseparables y es tan poco posible siquiera pensar un tiempo en el que no hubo ningún mundo, como un mundo que no existiera en un tiempo[4]. En Senilia, es constante por Schopenhauer el ataque a la teología hebraica, y dice: “Mientras planteéis como conditio sine qua non de cualquier filosofía que esté tallada según el patrón del teísmo judío, no cabe pensar en ninguna comprensión de la naturaleza, esto es, en ninguna investigación seria sobre la verdad”.
En 1833 se establece en Frankfurt del Meno, en una propiedad de la familia en Gdansk, donde pretende quedarse hasta el fin de sus días. En una carta a su primo Carl Wilhelm Labes en mayo de 1835, le dice: “El clima, la región, así como, el teatro y pequeñas comodidades, son aquí incomparablemente mejores que en Mannheim; la compañía, en cambio, incomparablemente peor; pero vivo como un anacoreta, entregado total y exclusivamente a mis estudios y mi labor”. Trabaja en un tratado “Sobre la voluntad en la naturaleza” aparecido en 1836 en Frankfurt del Meno. En 1939 le fue premiado el escrito “Sobre la libertad de la voluntad”, por la Real Sociedad Noruega de las Ciencias en Drontheim.
Ya desde 1843 Schopenhauer ocupa una majestuosa casa a las orillas del Meno cerca de la biblioteca municipal, en la calle Schöne Aussicht 16, una espaciosa vivienda con una habitación para los libros “con casi 1400 obras”.
Ya entonces Schopenhauer “veía en el ansia moderna por viajar una verdadera enfermedad de nuestro tiempo y se burlaba acerbamente del masivo ir de acá para allá para recuperarse”.
A Julius Frauenstädt escribe en febrero de 1853 lo siguiente: “El sueño es la fuente de toda salud y el guardián de la vida”.
En el capítulo schopenhaueriano “De las Diferencias entre las distintas edades de la vida” encontramos sus conceptos acerca del “plomo de Saturno”
Ciertamente, la vida de los individuos no viene designada por los planetas, como pretende la astrología; pero sí es el caso de la vida del hombre en general, en tanto que se va sucediendo el influjo de uno y otro planeta sobre cada período de la vida del hombre en cuanto tal, puesto que a cada edad le corresponde, según el orden, un planeta, de modo que su vida se ve determinada sucesivamente por todos los planetas. En el décimo año de vida, reina Mercurio. Igual que este, el hombre se mueve ligero y veloz, en estrechas órbitas: cosas sin importancia ya le hacen cambiar de opinión; pero aprende mucho y fácilmente bajo el dominio del dios de la astucia y la oratoria. A los 20 años, hace su aparición el dominio de Venus: le poseen por completo el amor y las mujeres. En el trigésimo año de vida, reina Marte: el hombre. es ahora enérgico, fuerte, temerario, guerrero y porfiado. En el cuadragésimo año, gobiernan los cuatro planetoides: así pues, su vida se ensancha; es frugi[5] es decir, gracias a Ceres, se dedica a lo provechoso: por obra de Vesta, tiene su propio hogar; en virtud de Palas, ha aprendido lo que necesita saber, y como Juno gobierna la reina de su hogar, su esposa. En el quincuagésimo año, sin embargo, es dominado por Júpiter. El hombre ya ha sobrepasado en años a la mayoría de las personas y se siente superior a la generación actual. Aún en pleno disfrute de sus fuerzas, es rico en experiencia y conocimientos: (en función de su individualidad y situación) tiene autoridad sobre todos los que lo rodean. Por tanto, ya no quiere recibir órdenes, sino ser él quien las dé. Ahora es cuando resulta más apto para ser el señor y dirigente en su esfera. Así culmina Júpiter y con él el cincuentón. Pero entonces llega, en el sexagésimo año, Saturno, y con él la pesadez, la lentitud y la dureza del plomo. […] Finalmente, llega Urano: entonces, como se dice, uno va al cielo. A Neptuno (por desgracia, ese es el nombre que le ha dado la ignorancia) aquí no puedo tomarlo en consideración, pues no puedo llamarlo por su verdadero nombre, que es Eros.
Schopenhauer mencionó en Einige Bemerkungen über meine eigene Philosophie (Algunas observaciones sobre mi propia filosofía): “He sufrido muchos reproches según los cuales yo, filosofando, es decir, de forma meramente teórica, he representado la vida de manera miserable y en modo alguno deseable”. “Pero en lo que se refiere a la vida del individuo, cada historia vital es una historia de dolor”, leemos en Die Welt als Wille und Vorstellung (El mundo como voluntad y representación). Según el filósofo, la historia de la vida de cada hombre está atrapada entre el dolor y el aburrimiento y se mantiene en movimiento por el hambre y la atracción sexual. “La mirada retrospectiva a nuestra vida no nos reporta nunca pleno placer. O bien vemos dolor; o bien placeres que no disfrutamos; o bien goces que no llegamos a conocer”.
Mientras somos jóvenes, dice el filósofo, se nos diga lo que se nos diga, pensamos en la vida como en algo infinito y tratamos el tiempo en consecuencia. Pero conforme nos hacemos mayores, tanto más economizamos nuestro tiempo. Pues a una edad tardía, cada día que pasa despierta una sensación semejante a la que siente un delincuente a quien lo llevan paso a paso ante el tribunal. Desde el punto de vista de la juventud, la vida se presenta como un largo e interminable futuro; pero contemplado desde la vejez, no parece sino un pasado muy corto.
Cuanto más tiempo vivimos, sentencia, son menos los asuntos que nos parecen importantes o lo bastante significativos como para que luego sigamos meditando sobre ellos y de esta manera se fijen en la memoria: por tanto, los olvidamos en cuanto han pasado. Y así discurre el tiempo, dejando cada vez menos huellas. […] Igual que al navegar los objetos que están en la orilla se vuelven cada vez más pequeños, irreconocibles y difíciles de discernir, así también los años han pasado, con sus vivencias y acontecimientos.
Conforme uno se hace mayor, vive con menos conciencia de las cosas. Todo pasa velozmente, sin dejar impresión alguna; como ninguna deja la obra de arte que hemos contemplado mil veces: uno hace lo que tiene que hacer y después no sabe si lo ha hecho. En la medida en que la vida se vuelve, pues, cada vez más inconsciente, en que se va acercando a la total inconsciencia, su paso se va haciendo precisamente cada vez más rápido. […] Las horas del muchacho duran más que los días del anciano.
En varias de sus reflexiones Schopenhauer nos desgrana sus sentencias con mayor o menor vigencia en nuestra acelerada generación del milenial XXI, pero siempre acertadas y sabias. “En la juventud domina la intuición, en la madurez el pensamiento: de ahí que aquella sea la edad de la poesía; y está la de la filosofía. También en el plano practico, en la juventud uno se deja guiar por lo instruido y la impresión que causa, mientras que en la madurez solo por el pensamiento. […] La mayor energía y la máxima tensión de las fuerzas del espíritu tienen lugar, sin duda alguna, durante la juventud, como muy tarde hasta el trigésimo quinto año de vida: a partir de ese momento, comienzan a decrecer, aunque sea muy lentamente. Sin embargo, los años subsiguientes e incluso los de la madurez no trascurren sin una compensación espiritual.
“Solo el que se hace viejo alcanza a representarse la vida de manera completa y adecuada, dice el filósofo y precisa, puesto que la contempla en su totalidad y curso natural y, sobre todo, no, como hacen los demás, única y exclusivamente desde su punto de partida, sino también desde su punto de llegada razón por la cual reconoce en particular a la perfección su completa vanidad, mientras que el resto de hombres siguen atrapados en el delirio de que lo mejor todavía está por llegar.
La vejez, dice párrafos más adelante, sin embargo, tiene la alegría propia de quien se ha librado de una cadena arrastrada largo tiempo y ahora se mueve libremente. Por otro lado, empero, podría decirse que tras la extinción del impulso sexual se ha consumado el núcleo propiamente dicho de la vida y que tan solo queda la cascara de la misma o que esta se asemeja a una comedia que fuera iniciada por personas, pero concluida finalmente por marionetas vestidas con sus ropas.
[…] la experiencia de la vida ha ilustrado al hombre mayor sobre el sentido de las cosas y el valor de los placeres, de manera que se ha visto progresivamente liberado de las ilusiones, quimeras y prejuicios que antaño ocultaban y deformaban la visión libre y pura de las cosas. Así que ahora todo se reconoce mas correcta y claramente y se toma cada cosa por lo que realmente es y, en mayor o menor medida, se llega a comprender la vanidad de todos los asuntos mundanos.
[…] La correcta comprensión de las cosas mediante la experiencia, el conocimiento, la practica y la reflexión., El juicio se agudiza y la conexión de las cosas aparece más clara; se gana, en todos los campos, una visión de conjunto sintetizadora.
[…] El tiempo va mucho más de prisa a una edad más avanzada, lo que contrarresta el aburrimiento. La reducción de las fuerzas corporales no es muy grave, con tal de que no la necesitemos para ganarnos la vida. La pobreza en la vejez es una gran desgracia. Pero si se ha podido evitar y se mantiene buena salud, entonces la vejez puede ser una parte muy llevadera de la vida. Sus principales necesidades son la comodidad y la seguridad: de ahí que en la vejez se sienta aún más predilección que antes por el dinero, pues es la compensación de las fuerzas faltantes.
El filósofo en el capítulo de “La duración de la vida”, hace mención de la duración de la vida basado en las Upanishads[6] de los Vedas, que señalan los 100 años como la duración natural de la vida del hombre. Reflexiona como los hombres que sobrepasan los 90 años, consiguen morir sin enfermedad, sin apoplejía, sin convulsiones ni estertores, y precisa: eso no es tanto morir cuanto sencillamente deja de vivir. Reflexiona sobre lo que llama “la primera mitad de la vida”, que en tantas cosas es preferible a la segunda, en especial en la persecución de la felicidad, a partir del supuesto firme de que se tiene que ser posible alcanzarla a lo largo de la vida. De ahí surgen la esperanza constantemente defraudada y el descontento. En la “segunda mitad de nuestra vida” hace su aparición, en lugar del ansia permanentemente insatisfecha de felicidad, la preocupación por la infelicidad.
En “El curso de la vida” el filósofo puntualiza conceptos como: “En verdad, solo el curso vital de cada individuo tiene unidad, coherencia y verdadero significado: hay que verlo como una enseñanza, y el sentido de la misma es moral.
Ni nuestro actuar ni el curso de nuestra vida es nuestra obra; si lo es aquello que nadie considera tal: nuestra esencia y existencia. […] ya en el nacimiento del ser humano está determinado de manera irrevocable y hasta en los detalles el curso entero de su vida, de modo que una sonámbula en su máxima potencia podría predecirlo con precisión.
El curso vital cumplido, al que uno echa la vista atrás cuando está a punto de morir, surte sobre la integra voluntad objetivada en esa individualidad que perece un efecto análogo al que motiva el obrar del hombre: y es que le da un nuevo rumbo, que consecuentemente es el resultado moral y esencial de la vida. Esto último se comprueba también mediante los hechos inequívocos de que, al acercarse la muerte, los pensamientos de cada hombre, tanto si se aferraba a dogmas religiosos como si no, adquieren una dirección moral y de que el hombre se esfuerza, desde un punto de vista moral, en sacar las cuentas de las etapas pasadas de su vida.
A la única forma de existencia “El momento presente”, le dedica el filósofo un capítulo en el que analiza con su peculiar forma al presente como la única forma en que se presenta la voluntad; este no escapará de ella, y ella tampoco de él.
A lo largo de nuestra vida, dice, siempre poseemos solo el momento presente y nunca nada más. Con la diferencia de que, al principio, tenemos un largo futuro ante nosotros, mientras que, al final, contemplamos un largo pasado a nuestras espaldas; y además que nuestro temperamento, si bien no nuestro carácter, pasa por algunos cambios conocidos, con los que cada vez la actualidad adquiere un color distinto. Su doctrina se fundamenta en:
Disfrutar del presente y hacer de ello la meta de nuestra vida |
Según Schopenhauer un punto importante de la sabiduría de la vida consiste en la correcta proporción en que dedicamos nuestra atención en parte al presente, en parte al futuro, para que uno no nos estropee el otro. Hay muchos que viven demasiado el presente: son los despreocupados; otros viven demasiado pendientes del futuro: los asustadizos y preocupados.
Las escenas de nuestra vida, dice el filósofo, se asemejan a las imágenes representadas en un tosco mosaico de piezas grandes, que de cerca apenas provocan efecto alguno y de las que cabe situarse a cierta distancia para encontrarlas hermosas. Y precisa: “Ha dado un gran paso hacia la sabiduría aquel que vea de manera clara y segura que la diferencia entre pasado, presente y futuro es solo aparente del todo nimia. Entenderá entonces que, en lugar de languidecer por el futuro, añorar el pasado y tratar con todos los sentidos de captar el presente insustancial, en realidad no hemos de hacer otra cosa que comprender la intemporal idea platónica de la totalidad de la vida y acto seguido decidir si queremos o no dicha totalidad.
En el capítulo “El apego a la vida” el filósofo desgrana conceptos de lo que denomina “mecanismos interior” que es la voluntad de vivir, que se muestra como un incansable impulso, una pulsión irracional, que no encuentra razón suficiente en el mundo exterior. Mantiene a cada uno fijo en la escena y es el primium mobile (primer móvil)[7]
A menudo vemos como una triste figura, deformada y doblegada por la edad, la escasez y la enfermedad, desde el fondo de su corazón pide nuestra ayuda para prolongar una vida cuyo fin, sin duda, parecería algo deseable, si un juicio objetivo fuera aquí lo determinante. En cambio, lo que manda es, pues, la ciega voluntad, que aparece en forma de un impulso vital, ganas de vivir y animo para seguir viviendo: el mismo impulso que hace crecer las plantas.
A través de estas consideraciones, se nos confirma:
- Que la voluntad de vivir es la esencia más profunda del hombre;
- Que en si misma carece de conocimiento y es ciega;
- Que el conocimiento es un principio que a la voluntad le resulta originariamente extraño, agregado, y
- Que ambos están en lucha entre si y que nuestro juicio aprueba la victoria del conocimiento sobre la voluntad.
Este poderoso apego a la vida resulta por tanto irracional y ciego: tan solo explicable por el hecho de que nuestra esencia es ya de por si voluntad de vivir, que la vida es para esta el bien de mayor valor, por muy amarga, breve e incierta que pueda llegar a ser y que esta voluntad es, en si misma y originariamente, inconsciente y ciega.
Uno de los últimos capítulos el filósofo se lo dedica a “El Ajetreo en la Vida”, una vez, dice, que la voluntad de vivir, es decir, la esencia intima de la naturaleza, en un afán incansable hacia la objetivación perfecta y el disfrute completo, ha atravesado toda la gama de los seres vivos (lo que a menudo, ocurre en el mismo planeta en las variadas rupturas de sucesivas series de seres vivos que vuelven a comenzar siempre de nuevo), llega finalmente en el ser dotado de razón, es decir, en el hombre, a la conciencia.
Solo en apariencia, puntualiza párrafos más adelante, los hombres son tirados hacia adelante, en realidad son impulsados desde atrás: no es que la vida los atraiga, sino que la necesidad los compele hacia adelante.
Al que vive inmerso en el vértigo de las ocupaciones o los placeres, dice, sin meditar nunca sobre su pasado, y tan solo va devanando su vida sin cesar, se le escapa el sentido claro de las cosas; su alma se convierte en un caos y cierta confusión irrumpe en sus pensamientos, como mostrará tan pronto lo abrupto, fragmentario y, por decirlo así, despedazado de su conversación. Y este es tanto más el caso cuanto mayor sean las perturbaciones exteriores y menor la actividad interior de su espíritu.
Como es posible, que las pequeñas contrariedades, medianas y realmente grandes, de cada día, cada año, cada hora, que frustran cualquier planificación, no nos hayamos convencido de que la vida está ahí para ser disfrutada con agradecimiento y que el hombre existe para ser feliz.
[…] En la vida de los hombres, como ocurre con cualquier mercancía de mala calidad, el lado exterior, se halla cubierto de una falsa patina: aquello que está sufriendo siempre se oculta. En cambio, aquello que sirve para recabar pompa y esplendor se expone a la vista; y cuanta menos alegría se tenga interiormente tanto más se deseará aparecer ante la opinión de los demás como un afortunado; tan lejos llega la necedad, y la opinión de los demás será el objetivo principal del afán de cada cual, por mucho que la total nadería de esta ansia ya se manifiesta en el hecho de que en casi todos los idiomas la vanidad, vanitas, signifique originariamente vacuidad y nimiedad.
Hace el filósofo una sentencia de especial reflexión cuando dice: “hay una desproporción entre los esfuerzos y las penalidades de la vida y la utilidad o ganancia de la misma”.
En el capítulo que dedica a “El goce”, enfatiza que se suele considerar la juventud como la época feliz de la vida, mientras que de la vejez se dice que es la fase triste. Eso sería cierto, subraya, si las pasiones nos hicieran felices. Estas son las causas de que la juventud sea zarandeada de acá para allá, con alegría y mucho dolor. A la fría vejez la dejan en paz; y de pronto, esta adquiere un aire contemplativo, pues el conocimiento se hace libre y obtiene preeminencia.
En la vejez se sabe mejor como prevenirse de las desgracias; en la juventud como soportarlas. Basta con imaginar que todo placer es de naturaleza negativa y el dolor, positiva, para comprender que las pasiones no pueden hacernos felices y que la vejez no es digna de lastima por el hecho de verse privada de algunos placeres.
Con mucho acierto considera Platón (al comienzo de la Republica) la vejez como la época feliz, en cuanto que en esta nos hallamos liberados ya del impulso sexual, que hasta entonces nos altera sin cesar. Incluso podría afirmarse que los variados e innumerables antojos que el impulso sexual genera y las afecciones que de ellos resultan producen una constante y suave locura en el hombre mientras se encuentre bajo la influencia de esta pulsión o este demonio, del cual se halla siempre poseído, de modo que solo tras la disolución de dicho impulso se vuelve completamente razonable.
Uno se lamenta de la ausencia de alegrías en la vejez y se queja de que le están vedados muchos placeres. Cada placer es relativo pues no es sino la mera satisfacción, el enmudecimiento de una necesidad; que con el cese de la necesidad el placer desaparezca es tan poco lamentable como que uno después de levantar los manteles ya no pueda comer más y que después de haber dormido a pierna suelta una noche entera ya no pueda dormir.
Con mayor acierto Platón (Republica, I) considera la vejez la época feliz por el hecho de que acalla por fin el deseo por las mujeres. Las necesidades principales de la vejez son la comodidad y la seguridad. En lugar de la necesidad de ver, viajar y aprender hacen aparición las de enseñar y hablar. Pero es una dicha cuando al anciano le queda el amor por el estudio, la música o incluso el teatro.
Alcanzar y mantener algo es harto difícil: cada intención se topa con un sinfín de dificultades y esfuerzos y a cada paso se suceden los obstáculos. La vida del hombre fluye incesante entre el querer y el alcanzar. El disfrute de la belleza, la verdadera alegría ante el arte, todo ello, puesto que requiere una disposición singular, se haya reservado a muy pocos e incluso a estos les es dado solamente a modo de un suelo pasajero; y entonces ocurre que esta potencia intelectual más elevada hace a estos pocos más sensibles a dolores […] y los convierte además en solitarios entre seres marcadamente diferentes a ellos, de manera que incluso esta parte más hermosa queda liquidada.
Estamos contentos con nuestra existencia únicamente cuando o bien nos hallamos inmersos en un afán en el que la lejania y los obstáculos nos dan la impresión engañosa de que la meta fuera satisfactoria (ilusión que desaparece una vez se logra el objetivo).
Sentirse enteramente feliz en el momento es algo que ningun hombre ha conseguido aún, a no ser completamente ebrio.
Schopenhauer reflexiona sobre el egoísmo, que por naturaleza, dice, no conoce límites: el hombre quiere, ante todo, conservar su esencia, la quiere, sea como fuere, exenta de dolores, de los cuales también forman parte toda privación y carencia; quiere la máxima cantidad de bienestar y desea todo el placer del que sea capaz.
Todo cuanto se opone al afán de su egoísmo despierta su irritación, su ira, su odio, y pretenderá aniquilarlo cual a un enemigo. Quiere, a ser posible, saborearlo, tenerlo todo; pero dado que eso es imposible, al menos quiere controlarlo todo: “Todo para mí, nada para los demás”, he aquí su lema. El egoísmo es colosal: domina el mundo.
En uno de sus últimos capitulo Schopenhauer aborda el tema de “La Felicidad”. Dice rotundamente: “Lo que enturbia e incluso convierte en desgraciada lo que resta de la primera mitad de la vida, que tiene tantas ventajas frente a la segunda, es decir, la juventud, no es sino la búsqueda de la felicidad, desde la firme convicción de que debería hacer su aparición en la vida. Por ahí entra la esperanza tantas veces decepcionada y con ella el descontento. Engañosas imágenes de una felicidad soñada e indeterminada se nos vienen a la mente bajo formas escogidas a capricho, y buscamos en vano su modelo arquetípico”.
Y sentencia: “Por tanto, si el carácter de la primera mitad de la vida estriba en la aspiración insatisfecha a la felicidad, el de la segunda consiste en el miedo a la desgracia. Pues con ella ha entrado, más o menos claramente, la conciencia de que toda felicidad es quimérica, mientras que el sufrimiento es real. Entonces, al menos por parte de los caracteres de mayor raciocinio, se aspira más a una simple ausencia de dolor y un estado imperturbable que el placer. […] En consecuencia, la segunda mitad de la vida, al igual que la segunda etapa de un movimiento musical, contiene menos brio, pero más calma que la primera, lo cual se basa, en definitiva, en el hecho de que durante la juventud se piensa que en el mundo hay no sé qué bienes y dichas que encontrar, si bien son difíciles de alcanzar, mientras que en la vejez uno sabe que no hay nada que hallar, es decir, al estar por completo apaciguado, se disfruta el momento soportable e incluso experimenta alegría por cosas pequeñas.
Leer este pequeño gran libro de Arthur Schopenhauer es recibir una innegable influencia, de este padre del pesimismo metafísico, y aunque no pueda decir como Michel Houellebecq, de que “Ningún novelista, ningún moralista ni ningún poeta me habrá influido tanto como Schopenhauer”, sin dudas deja huellas en quienes le leen y sobre todo en quienes meditan sobre sus parábolas y aforismos, por la lucidez que en ellos encierra.
Guardo en mis reflexiones conceptos de coincidencia total con el filósofo, como cuando dice: “la voluntad es el sustrato intimo intangible que da cohesión a la totalidad de las cosas y los seres del mundo”.
Jorge A. Capote Abreu
Santander, 30 de junio de 2022
[1] Arthur Schopenhauer, (Gdansk, 22 de febrero de 1788-Fráncfort del Meno, Reino de Prusia, 21 de septiembre de 1860) fue un filósofo alemán, considerado uno de los más brillantes del siglo XIX y de más importancia en la filosofía occidental, siendo el máximo representante del pesimismo filosófico y de los primeros en manifestarse abiertamente como ateo.
[2] Luise Adelaide Lavinia Schopenhauer, más conocida como Adele Schopenhauer (Hamburgo; 12 de julio de 1797 -Bonn; 25 de agosto de 1849), fue una escritora, poeta y artista alemana.
[3] Ocellus Lucanus fue supuestamente un filósofo pitagórico, nacido en Lucania en el siglo VI. Aristóxeno lo cita junto con otro lucano llamado Ocillo, en una obra conservada por Jámblico que enumera 218 supuestos pitagóricos, que sin embargo contenía algunas invenciones, atribuciones erróneas a no pitagóricos y algunos nombres derivados de tradiciones pseudopitagóricas anteriores
[4] A este respecto véase el #4 del primero volumen de El mundo como voluntad y representación, así como el primer capítulo del segundo volumen.
[5] Proviene de frux, frugis: “cereal”, “mies”. (N. del T.)
[6] Se conoce como Upanishads a cada uno de los más de 200 libros sagrados hinduistas escritos en idioma sánscrito de los cuales los más antiguos y representativos datarían aproximadamente de entre el 800 y el 400 a. C
[7] La esfera mas exterior del universo según el modelo ptolemaico