1922, el año de la revolución cultural

“¿Quién pregunta, por ejemplo, si la Crítica de la razón pura fue escrita en el año mil setecientos tantos o en el mil setecientos cuántos?”. Así respondía Ludwig ­Wittgenstein a Bertrand Russell cuando, en 1920, se enteró de que habían rechazado una vez más publicar su Tractatus logico-philosophicus. Tenía 32 años y estaba convencido del valor de su obra: “Creo que he solucionado definitivamente nuestros problemas”. Se refería nada menos que a los problemas que la filosofía arrastraba desde hacía siglos. Por eso no le importaba si el libro aparecía “20 o 100 años” después. Lo que no estaba dispuesto era a pagarse él la edición: “Escribirlo ha sido asunto mío; asunto del mundo es ahora aceptarlo por la vía usual”. El dinero, por supuesto, no era un problema: Wittgenstein pertenecía a una de las familias más ricas de Europa. El problema era, lo dijo él mismo, su propia “arrogancia” y la convicción de que la comunidad filosófica no estaría a la altura de esas escasas 100 páginas. Entre los que no comprenderían nada estaban los catedráticos de universidad en general y, dolorosamente para él, uno en particular: su admirado Gottlob Frege, gran pope de la lógica matemática. “No entiende ni una palabra de mi trabajo y ya estoy agotado de darle explicaciones”, escribió en otra carta.

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Interpretar un mundo nuevo 

¿Abril es el mes más cruel o el más cruel de los meses? Se diría que traducir poesía, en este caso la de T. S. Eliot, es siempre una actividad de riesgo, pero el nivel de complejidad y precisión de la filosofía de Wittgenstein o de la narrativa de Joyce y Virginia Woolf hace que verter su obra a otro idioma sea un ejercicio de pura creación. Solo con sus ilustres traductores podría llenarse un tomo de la historia de las letras en español. Aunque Enrique Tierno Galván tradujo el Tractatus en 1957 para la Revista de Occidente, han sido el fallecido Jacobo Muñoz y, sobre todo, Isidoro Reguera, los que más energías han dedicado a traducir y difundir su obra en el ámbito de la lengua española. Por su parte, al poeta y filósofo José María Valverde se deben algunas de las versiones más difundidas tanto de La tierra baldía como de Ulises. Esta última verá de nuevo la luz en enero revisada por Andreu Jaume, que, a su vez, cuenta con su propia versión del poema de Eliot, autor vertido al castellano por una larga lista de poetas reconocidos como León Felipe, Jaime Gil de Biedma, Claudio Rodríguez, José Emilio Pacheco, Juan Malpartida o Jordi Doce. Finalmente, si el nombre de Virginia Woolf siempre estará asociado a las traducciones de Jorge Luis Borges, María Kodama, Olivia de Miguel o Justo Navarro, el de Joyce lo está a las del citado Valverde, José Salas Subirats, Francisco García Tortosa y María Luisa Venegas, Marcelo Zabaloy, Guillermo Cabrera Infante o Dámaso Alonso. En unas semanas, poco antes del famoso 2 del 2 del 22 en que vio la luz el Ulises, Páginas de Espuma publicará un tomo con los cuentos y prosas breves del irlandés a cargo de Diego Garrido, que en su introducción recuerda que Joyce significa para Irlanda lo que Dante para Italia o Cervantes para España. Esos son hoy sus compañeros de canon

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Author: Javier Rodríguez Marcos

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